La derecha peruana: ¿una copia sin identidad?

La derecha peruana es una imitación superficial de la derecha internacional: copia gestos y discursos sin comprender el guion. No siempre fue así. A lo largo de la historia republicana, este sector ideológico ha sufrido transformaciones, pasando de una escuela de tecnócratas liberales —que poco a poco desaparecieron— a la actual derecha sin identidad propia, incapaz de formular propuestas adaptadas a la realidad peruana.

Más que una verdadera derecha, ha devenido en un simple "anti-izquierda". Su razón de ser no radica en la formulación de iniciativas concretas para el ciudadano común, sino en demostrar su oposición al socialismo o al progresismo, según el caso. En un intento por emular a la derecha triunfante en otras partes del mundo, sus representantes repiten consignas sin profundizar en las ideas que las sustentan, quedándose en la superficie sin esfuerzo alguno por adaptarlas a la realidad nacional.

Un rasgo común entre los líderes de la nueva derecha global es su fuerte sentido de nacionalismo. Su objetivo es claro: poner a su pueblo primero y trabajar por su bienestar. No gobiernan para una élite, una ciudad o una minoría privilegiada, sino para la totalidad de su nación. Mientras ellos recorren su territorio y se acercan a sus ciudadanos, en el Perú, nadie se preocupa por organizar conversatorios o mítines políticos en ciudades como Puno o Huánuco, dejando a estas regiones completamente abandonadas.

Los referentes de la derecha global también rechazan la injerencia internacional cuando esta atenta contra sus intereses nacionales. Son implacables en sus políticas migratorias, rechazan una carga tributaria excesiva sobre su población y fomentan la producción local para fortalecer su economía. Su visión es clara: defender a su país por encima de cualquier otro interés. ¿Podemos decir lo mismo de la derecha peruana?

Los partidos y movimientos de derecha en el Perú no han logrado unirse en torno a un propósito común. No por falta de coincidencias ideológicas, sino porque ni siquiera han sido capaces de definirlas. No representan un ideal coherente de derecha, sino una suma de agendas individuales. La llamada derecha "conservadora" desperdicia su tiempo promoviendo leyes inspiradas en su fe religiosa —aunque estas vulneren la Constitución— en lugar de enfocarse en reformas estructurales que el país realmente necesita. Lo hacen en nombre de "Dios, Patria y Familia", pero sin un plan concreto que dé sustancia a esas consignas.

Por otro lado, la derecha liberal se jacta de defender la Carta Magna y la voluntad popular, pero luego apoya políticas progresistas que contradicen ambas. Pretende importar el liberalismo en su totalidad, sin tomar en cuenta las condiciones específicas del Perú. Ambas facciones solo coinciden en su oposición al socialismo, pero en nada más.

Mientras tanto, los empresarios que dirigen estos movimientos no compiten por construir un proyecto de nación, sino por ver quién se erige como el nuevo capitán del barco llamado Perú. No porque cuenten con la capacidad de dirigirlo, sino porque sus egos no les permiten ser dirigidos. Desde sus edificios de mármol, debaten sobre el poder, ajenos a la realidad del país que pretenden gobernar, una realidad que ni conocen ni desean conocer. Por eso la izquierda sigue dominando las provincias, con la excepción de algunos bastiones fujimoristas. Y por eso también subestiman a adversarios como Pedro Castillo, quien solo necesitó un sombrero y un caballo para derrotarlos.

La derecha peruana no prioriza la nación, sino sus propios intereses. Su lucha contra el socialismo no responde a una ideología propia, sino a un rechazo instintivo a quien pueda obstruir sus planes. No hay derecha, solo anti-izquierda.