La democracia exige que gobiernen los mejores

La calidad personal de quien aspira a participar en política y la sensatez del electorado deberían darse la mano. Por desgracia, lo que hemos observado en el Perú es que el criterio del votante ha tenido que ajustarse a una oferta electoral mediocre. El nivel de los candidatos es la probable consecuencia del temor a pisar el campo minado de la política nacional, que inhibe la participación de los mejores en la competencia presidencial y congresal. 

Sin embargo, lo que ahora vemos en el escenario electoral indica que se está venciendo ese temor. Así lo demuestra la sorprendente aparición de peruanos de peso y calidad, dispuestos a salpicarse en el pantano de la política criolla. Es un giro importante frente al deprimente perfil de los políticos que nos gobiernan y de quienes conforman mayoritariamente un Congreso que ha logrado la difícil hazaña de superar las falencias de los anteriores. Alienta ver que personas de notable trayectoria –como Hernando de Soto, Fernando Cilloniz, Carlos Neuhaus, Roque Benavides, Jorge Nieto o Raúl Diez Canseco– están decididas a poner las manos en el fuego del quehacer público. Es un cambio de fondo. 

Enhorabuena, porque la inminencia de los próximos comicios ha desnudado el estado famélico en que se encuentran los partidos políticos; trátese de los que todavía merecen ese nombre, como del enjambre de vulgares membretes que conforma la tribu de los bien llamados “vientres de alquiler” (cuyos embarazos suelen terminar en abortos). Una democracia sin partidos y sin actores de calidad, sin la confianza de los ciudadanos, con una maraña de normas mal concebidas y peor cumplidas, sin la seguridad jurídica de un Estado de Derecho respetuoso de la Constitución, y con una interacción defectuosa y perversa entre los poderes públicos convierte a la democracia en un sistema político condenado al desprestigio y la falta de gobernabilidad. El que ahora tenemos ni siquiera ha podido introducir reformas tan simples y fundamentales como la elección del Congreso en segunda vuelta, la reimplantación del Senado o la supresión del voto preferencial, que todos reclaman. 

Hemos desperdiciado un quinquenio. El mal gobierno se ha confabulado con una pandemia mortal, interminable y agravada por la soberbia ineptitud con que el Ejecutivo la ha enfrentado, protagonizando una competencia lamentable con el populismo que domina el Congreso. 

El inmenso dispendio fiscal se ha dado sin observar el mínimo cuidado que merece la heredada fortaleza macroeconómica que respetaron los gobiernos que precedieron al que ahora sufrimos. La Constitución de 1993, el libre mercado, la inversión privada, la tecnocracia del MEF y, sobre todo, la autonomía institucional y la eficiencia del Banco Central de Reserva han conseguido mantener los destacables indicadores que su prestigioso Presidente, Julio Velarde, resaltó en su reciente mensaje al Acuerdo Nacional (https://youtu.be/NH_a6TOE7mw), invocando la responsabilidad de los políticos para que no sigan deteriorando lo que constituye un valioso patrimonio nacional. 

Pero Velarde no perdió la oportunidad de advertir sobre la eventualidad de una peligrosa paradoja. Esa macroeconomía sana y sólida motivó que el 54% de los bonos peruanos haya sido adquirido por tenedores extranjeros que podrían rematarlos masivamente si las locuras de nuestros políticos consiguen descalabrar el estado de nuestras finanzas.

Las elecciones del próximo abril son una oportunidad extraordinaria de encarrilar al país y enmendar el rumbo, si los ciudadanos interiorizan la importancia de su voto y asumen seriamente la responsabilidad de elegir a los mejores para dirigir el destino del Perú.