¿Están seguros de que quieren un Milei?

Lo que Javier Milei está logrando en Argentina es un fenómeno sin precedentes. El país sureño, por la dirección que tomaba en los últimos años, se encaminaba irremediablemente a convertirse en la próxima Venezuela. Sin embargo, todo cambió cuando el libertario llegó a la Casa Rosada. Y desde entonces el rumbo de la nación ha dado un giro de 180 grados.

La economía argentina, para muchos, era insalvable. La izquierda había casi erradicado cualquier posibilidad de prosperidad, acercando a Argentina a la situación del país gobernado por la dictadura de Maduro. No obstante, la realidad ha dado un vuelco. La inflación nacional ha descendido del 25% a un rango de 2.4%-2.7%, según los últimos reportes. El mercado de cambios se ha estabilizado, y hoy los argentinos pueden soñar con un futuro mejor.

Gran parte de estos logros se deben también a la drástica reducción del gasto público implementada por el gobierno de Javier Milei. La eliminación de 10 ministerios ha supuesto una reducción considerable del personal público, gran parte del cual era innecesario, con funciones redundantes y cuyo único propósito era drenar recursos al Estado.

En tan solo un año, Milei ha conseguido avances significativos. ¿Era realmente tan difícil? ¿O solo era cuestión de voluntad y un plan claro? En redes sociales y círculos de opinión, no son pocos los que claman por un presidente como Milei para el Perú, una idea que, dadas las circunstancias de nuestra clase política actual, parece poco probable.

Si bien considero que un político como Milei sería sumamente beneficioso para el Perú, no puedo dejar de pensar que, para nuestra situación, más que una necesidad, sería un lujo. El país está en crisis, lo cual es innegable. Sin embargo, a diferencia de Argentina, la inseguridad es, en este momento, un problema mucho más urgente que la economía. Por ello, creo que, lamentablemente, el Perú necesita, más que a un economista como Milei, a un líder radical como Nayib Bukele.

La percepción de inseguridad en el Perú es del 75%, según uno de los últimos censos de Ipsos. En 2023, casi el 10% de la población fue víctima de robos, lo que equivale a más de 3 millones de personas, según el INEI. Hasta noviembre, Sinadef reportó más de 1,800 homicidios, una cifra récord en el país. Si las tendencias se mantienen, podríamos superar en un 30% los homicidios del año pasado.

El crimen organizado, las extorsiones, el sicariato, los homicidios de a pie y, sin mencionar los problemas en el VRAEM, son solo algunas de las manifestaciones de la crisis de seguridad que vivimos. Lo que el país necesita es un presidente cuya mano no tiemble a la hora de tomar decisiones y que se enfoque firmemente en la lucha contra la delincuencia. Y aunque es cierto que Nayib Bukele es un líder autoritario, un déspota que ha vulnerado su propia Constitución, debemos reconocer que, en ocasiones, la democracia puede quedar en segundo plano. Algo similar a lo que hizo Alberto Fujimori en 1992.

En la antigua Roma, cuando la República se encontraba en crisis, no se daban concesiones. Los senadores nombraban a un jefe de Estado ad hoc, un "dictator", para enfrentar situaciones de emergencia como las guerras. No creo que debamos llegar a ese extremo, pero algunas veces es necesario hacer sacrificios por el bien de la República. No en vano, una parte significativa de la población peruana está dispuesta a respaldar un presidente de mano dura, como lo demuestra el hecho de que, según el IEP, el 57% de los peruanos justificaría un golpe de Estado.

Un presidente como Milei sería ideal para el Perú, pero, lamentablemente, no se ajusta a las exigencias de nuestra realidad. Hoy en día, no podemos permitirnos ese lujo.