Jorge Valenzuela

Novela con gaucho

Novela con gaucho
Jorge Valenzuela
22 de julio del 2015

Comentario sobre la novela La distancia que nos separa de Renato Cisneros.

Según Manuel Alberca, especialista en la novela autoficcional, hace aproximadamente cuarenta años el escritor francés Serge Doubrovsky acuñó el término autoficción para referirse a un tipo de relato: aquel  que buscaba trabajar con hechos realmente acaecidos desde la perspectiva de un narrador identificado con el nombre real del autor. La idea, sin embargo, no se quedaba allí. El propósito era “complejizar” el “naciente” género apelando a los recursos de la novela a través de una inmersión en la propia vida, contándola, no inventándola, es decir, siendo fiel a lo sucedido.

Dicho así, resulta claro que este tipo de relatos eran en el fondo autobiográficos, pero, ¿por qué los escritores buscaban no asumir esa condición apelando a lo autoficcional? ¿Por qué, como dice Alberca, no enfrentaban y asumían la veracidad que exigía el pacto autobiográfico? ¿Acaso esa honestidad, esa valentía que ahora tanto se destaca en estos textos, no resultaba más lógica en el espacio de la autobiografía? ¿Por qué utilizar a la novela para ese propósito?

Las respuestas son muchas, pero la más convincente en nuestro contexto está atada a dos aspectos. El primero, relacionado con las demandas de un mercado como el nuestro, cada vez más enrarecido y ajeno a la estructura y necesidades de nuestro sistema literario, es decir, un mercado que se ve en la necesidad de crecer a como dé lugar (privilegiando, por ejemplo, el morbo que supone una figura demonizada como el General de división Luis Federico Cisneros Vizquerra (1926-1995), el Gaucho Cisneros) y, el segundo, con el tipo de escritor que ese mercado necesita para expandirse, esto es, un escritor adecuado a los mega lanzamientos editoriales a partir de su privilegiada posición en los medios masivos: comunicadores sociales, cantantes, estrellas de la televisión, periodistas, publicistas o quienes pudieran poseer una proyección mediática. Ese es el caso de Renato Cisneros (Lima, 1975).

Pero ¿cuáles son los efectos de esta estrategia de mercadeo de lo autoficcional en la novela que reseñamos? En La distancia que nos separa son los siguientes: la presencia dominante de una prosa que se desentiende de las virtualidades del lenguaje y se vuelve predominantemente periodística; el manejo tradicional de diversas fuentes documentales (como cartas, reportes, noticias o entrevistas) a través de la glosa, manejo que olvida las lecciones de, por ejemplo, Historia de Mayta, que también emplea la investigación para construir su mundo; y cierta puerilidad (ver la escena de los cocachos en la página 44) en la narración de los acontecimientos.

Sin embargo, y a diferencia de otros mamotretos con temática parecida que circulan por allí  (empleando la construcción fragmentaria a través de textos arrancados del facebook) la novela de Cisneros es más ordenada, más pensada, está mejor compuesta y se lee con facilidad (uno de los sagrados mandamientos de las transeditoriales).

La recuperación de la figura paterna atraviesa momentos bastante complejos que hubiesen merecido un trato menos reporteril (ya que estamos frente a una novela) sobre todo cuando, como es el intento de Cisneros, se trata de comprender, de reconciliarse con un misterio, con una ausencia, con una figura de poder, con el significado político y familiar de un padre. ¿Por qué en algunos momentos advertimos, a pesar de la cercanía afectiva buscada por el narrador, una distancia impuesta por la visión de un periodista que narra como si estuviera leyendo noticias frente a un telepronter? Citemos: “Desde Washington, a través del embajador peruano, el gobierno estadounidense empieza a presionar a Belaúnde para que remueva al incómodo Cisneros del gabinete” (198).

Con todo, son conmovedores los intentos del narrador por ligarse, dramática y críticamente, con la figura paterna a través de progresivos descubrimientos que le sirven para entenderse a sí mismo. Descubrimientos ligados a la enfermedad nerviosa de su padre en la juventud; a sus amores frustrados: a su condición de orgulloso militar amigo de asesinos como Videla o Viola; a su feroz papel en la lucha antisubversiva en el Perú; a la estrechez familiar después de la baja militar.

Un aspecto resulta valioso en la novela. Me refiero al manejo del tiempo. Destaquemos la habilidad de Renato Cisneros por intercalar a la narración de hechos pasados, información de un presente muy cercano que permite que el relato abandone el tradicional cronologismo de los informes periodísticos para postularse como un relato poroso, abierto al carácter multidimensional de la experiencia.

Hechos los balances, la novela de Renato Cisneros puede ser considerada como un texto valioso (escrito desde el lugar del dolor y del vacío paterno)  a pesar del juego marketero de la autoficción y de las imposiciones de un sistema editorial que ha convertido a muchos jóvenes narradores en arribistas sociales, violentos vendedores de su propia imagen o, en el peor de los casos, en mendicantes obsesionados con la idea de vender a como dé lugar.

La lectura de La distancia que nos separa es una experiencia que, a pesar de todo lo observado, nos recuerda lo importante que es abrazar a un hijo, lo necesario que es convertirlo también en padre.

Jorge Valenzuela

22 – Jul – 2015

Jorge Valenzuela
22 de julio del 2015

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