Trasgresión y mundo popular

El derecho de los informales a la desobediencia civil

De un tiempo a esta parte en el Perú ha surgido un pensamiento abiertamente reaccionario que atribuye la trasgresión y la llamada pendejada a las sociedades emergentes que han surgido en las últimas décadas. Semejante aproximación oligárquica tiene que ver un gravísimo error conceptual y teórico: considerar que la ley peruana es perfecta. Y si las cosas son así, entonces,  no hay nada que discutir y solo queda la persecución, la cárcel y la mano dura.

Para precisar las cosas debe diferenciarse la violación de la ley penal de la resistencia civil a una norma inaplicable. El delincuente que atenta contra la propiedad y la vida de los ciudadanos merece todas las sanciones y las cárceles. El delincuente actúa en las sociedades con buenas y malas leyes. También existe el revolucionario y el terrorista que desata la violencia para oponerse a un sistema legal e, igualmente, merece todas las prisiones. En el Perú de los ochenta padecimos la crueldad del terrorismo colectivista.

Sin embargo existe otra manera de resistirse a una mala ley: la desobediencia civil. El ensayista Henry David Thoreau escribió un famoso texto, ahora olvidado, La desobediencia civil, donde explica el derecho pacífico de las mayorías a resistirse a las malas leyes. Más tarde, Mahatma Gandhi liberaría a la India del colonialismo británico desarrollando la desobediencia civil de la abrumadora mayoría india. Luego Martin Luther King aplicaría la filosofía de la desobediencia civil para conquistar los derechos civiles de las minorías afroamericanas.

Para que exista desobediencia civil se requieren dos condiciones: método pacífico y acción de las mayorías. Cerca del 70% de la sociedad peruana no se desbarrancó en el delito ni en la violencia disgregadora del colectivismo terrorista. Pero la mayoría sí ha decidido ejercer la desobediencia civil frente a las leyes económicas de un Estado que solo legisla desde arriba hacia abajo, que le demanda costos imposibles de cumplir. Es la única manera de salvar el capital, los ahorros de la vida, y los proyectos del mañana. Si los informales asumieran la legalidad económica que solo puede asumir el sector moderno (alrededor del 30% de la economía), simplemente, millones de empresarios y propietarios serían borrados de la sociedad.    

El pensamiento reaccionario y oligárquico (no el aristocrático) siempre revela una misma naturaleza. Si se revisara los escritos en contra de las mayorías que respaldaban a Gandhi y Luther King encontraríamos los mismos argumentos con los que se pretende atribuir la culpa de la trasgresión a los millones de empresarios informales y los centenares de mercados populares.

El debate sobre el mundo popular es un tema de fondo. Es un debate que debe ser frontal, sin contemplaciones, porque, de alguna manera, en este intercambio de ideas y los nuevos consensos se juega una nueva mirada a la peruanidad. Algunos extrañan los olores y los tonos de la sociedad criolla, pero esa sociedad no existe más. Otros están descorazonados porque en el mundo  emergente no hay clases obreras ni sindicatos, sino mercados populares, es decir, la base del capitalismo peruano del mañana.

Cuando el Perú alcance el desarrollo superará la tradicional división entre un Perú formal y otro real y, de alguna manera también, superará al nuevo pensamiento reaccionario que pretende exculpar las trasgresiones y la pendejada que provienen de las élites tradicionales y, sobre todo, del principal informal de la sociedad: el estado y sus sobrerregulaciones que ahogan a la sociedad y a los privados.

Fotografía: MALDEOJOfoto