Editorial Política

La transición que no acaba

La transición que no acaba
  • 03 de marzo del 2016

El anti voto y la destrucción de la política

Hasta dos semanas atrás el desarrollo de la campaña electoral parecía concentrarse en la disputa por el segundo lugar en la medida que Keiko Fujimori, candidata de Fuerza Popular, aparece sólida con un tercio de las preferencias electorales. El interés entonces estaba alrededor del segundo participante en la segunda vuelta. Sin embargo en los últimos días ha resurgido con inusitada fuerza el antifujimorismo, el principal movimiento político desde el desplome del fujimorato una década y media atrás. Los animadores del anti voto están en la izquierda y en la derecha y en los predios del socialismo y del liberalismo. El programa es sencillo: votar en contra.

Desde el fin del fujimorato solemos decir que el crecimiento y los éxitos económicos representan una paradoja frente a la crisis de la política y la devaluación del espacio público. Hasta el advenimiento de la desaceleración creíamos que economía y política podían marchar separadas. Hoy entendemos que sin una buena política no hay viabilidad institucional, social y económica. Pero, ¿cuál es la causa del hundimiento de la política?

A nuestro entender una de las principales razones de la perpetua crisis política es el antifujimorismo que emergió luego del fin del fujimorato. Y la paradoja del antifujimorismo es que el fujimorismo, cada vez más, se engrosa y se vuelve más fuerte. En otras palabras, en el Perú nunca hubo nada parecido a una transición política como la española y la chilena, donde los sectores en pugna arriaron algunas banderas y se pusieron de acuerdo para construir democracias y sociedades viables. Sobre la base de esos acuerdos surgieron derechas e izquierdas modernas y democráticas que consolidaron la democracia en España y en Chile.

En el Perú ni las derechas ni las izquierdas se reformaron y, de una u otra manera, estos sectores aparecen anclados en polarizaciones del pasado. Y es que la ausencia de pactos y acuerdos en la política representa un verdadero oxímoron con la idea misma de la democracia. Si la democracia nació para evitar que los rivales y adversarios desarrollen la guerra entre sí, ¿cómo se puede entender nuestra democracia al margen de acuerdos y con antis que resucitan en cada ocasión?

Al antifujimorismo se ha sumado un renovado y denso antiaprismo y cualquier observador con dos dedos de frente entrevé que el anti voto es organizado por alguna oficina de Palacio. Y es que el antifujimorismo parió a Ollanta Humala y la irritante mediocridad de la administración nacionalista y hoy también pretende alumbrar a un candidato como Julio Guzmán, quien se ha encontrado con un número de lotería mientras ensaya para convertirse en político.  Si no es Guzmán será cualquier otro con tal de que mi enemigo no llegue a Palacio.

El problema del antifujimorismo y el antiaprismo es que no construye nada en el sistema político, más allá de alimentar algunos egos desbocados. Por el contrario, las víctimas del anti voto refuerzan sus presencias y posicionamientos políticos. Ese es el caso del fujimorismo. Además, el anti voto produce hechos realmente curiosos. Por ejemplo quienes defendían los estropicios de César Acuña lo hacían en nombre del antifujimorismo. Mario Vargas Llosa defiende las frivolidades de Nadine Heredia, el enredo de las agendas, y los vínculos con Venezuela, atribuyendo semejantes hechos a una campaña aprista.

Cuando el anti se instala la razón ha cedido a la pasión. Como en la guerra de religiones los argumentos son asuntos de fe y solo queda excomulgar y vituperar en contra de “la herejía”.

  • 03 de marzo del 2016

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