Editorial Política

La segunda vuelta imaginada

La segunda vuelta imaginada
  • 13 de abril del 2016

Los temas que deberían abordar Keiko y PPK

Haber evitado una segunda vuelta que repitiera las polarizaciones y enconos del 2011 —y que, de alguna manera, explican el actual deterioro institucional y económico del país—, debería permitirnos imaginar un ballotage en el que no solo se desarrollen estrategias y campañas para alcanzar la victoria electoral, sino también para conseguir una alta gobernabilidad de la democracia peruana.

En cualquier desenlace de la segunda ronda, ya sea ante la posibilidad de una victoria de Keiko Fujimori o de PPK, se requiere que la confrontación y la guerra electoral no anulen la posibilidad de convergencias. Para crear un escenario constructivo en medio de los inevitables enfrentamientos que se avecinan, se necesita poner en el debate los temas que compartimos todos los peruanos.

Por ejemplo, de alguna forma el 70% del país se ha pronunciado en contra del programa estatista y proteccionista del Frente Amplio, que busca resucitar el Estado empresario y derogar la Carta Política del 93. En otras palabras, la mayoría del electorado se ha mostrado conservadora, en el sentido de preservar las grandes líneas institucionales y económicas del modelo. Sin embargo, el voto del sur del Perú a favor de Verónika Mendoza nos revela que, no obstante el crecimiento económico y la impresionante reducción de pobreza en los departamentos australes, las nuevas clases medias sureñas están enfurecidas con el fracaso del Estado y demandan un “nuevo modelo” que provea mejores servicios.

Quizá el fujimorismo y el pepekausismo deberían señalar cómo piensan “reformar o ajustar el modelo”. Y todo nos lleva a la demanda de un nuevo Estado, de una nueva organización estatal que acompañe y potencie los éxitos del mercado, el crecimiento y la reducción de la pobreza de los últimos 25 años. ¿Cómo se va a reformar la regionalización? ¿Cómo se organizaría una nueva burocracia civil que sirva a la sociedad y a los privados antes que al procedimiento y a la sobrerregulación? ¿Hasta cuándo se debe esperar por las reformas de la educación, del sistema de salud, del Poder Judicial y de las instituciones? Y, ¿cómo hacemos para llevar al Estado hasta las punas más escarpadas de los Andes, y que el Estado costeño y mesocrático se convierta en un Estado nacional?

El otro gran tema sobre el que deberían ilustrarnos los dos protagonistas de la segunda vuelta tiene que ver con las reformas para recuperar las altas tasas de crecimiento que nos permitan seguir reduciendo la pobreza. ¿Cómo resolvemos los déficits de infraestructura para que las provincias aprovechen los beneficios del libre comercio y diversifiquen sus estructuras productivas, sobre todo, en la agroindustria y el turismo? ¿Cómo desregulamos la legislación laboral no solo para acabar con la abrumadora informalidad del empleo, sino también para crear una fuerza laboral más flexible, innovadora y más acorde con las tendencias de la IV Revolución Industrial, en la que un puesto de trabajo es tan móvil y volátil como una pompa de jabón?

Focalizar el debate de la segunda vuelta en estos temas, en realidad, es comenzar a discutir sobre qué hacer para terminar con la existencia de dos países —un Perú oficial y otro real—, una dicotomía que se ha expresado en las elecciones del 2006, 2011 y 2016. Si avanzamos por esta ruta estaremos organizando una segunda vuelta ideal.

Pero si la desesperación por la victoria impulsa a algunos de los candidatos a utilizar el arsenal que el antivoto desplegó en la primera vuelta —con resultados terribles para los militantes del anti—, entonces no abordaremos los reales problemas del país y el futuro de la gobernabilidad sufrirá heridas profundas, muy difíciles de sanar.

  • 13 de abril del 2016

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