Editorial Política

Guerra versus democracia

Guerra versus democracia
  • 21 de marzo del 2016

La polarización electoral que debilita la democracia

Las segundas vueltas electorales en las sociedades abiertas, de alguna manera, postergan el principio de pactos y colaboraciones entre rivales que definen a la democracia y resucitan el criterio de la exclusión del adversario que caracteriza a la guerra. De allí que la polarización en los ballotages formen parte del juego democrático. Sin embargo en las democracias longevas la polarización es una especie de licencia, de pausa, que se abandona apenas se conocen los resultados de los comicios.

En el Perú la actual polarización entre Fujimorismo versus Antifujimorismo no tiene mucho que ver con la democracia. El anti voto ha comenzado a expresar una virulencia que solo puede terminar con la exclusión del rival. Y, tarde o temprano, si no encontramos una manera de superar el nivel de confrontación, el Fujimorismo también responderá en los mismos términos. En ese momento nadie habrá ganado, todos habremos perdido y la propia democracia estará en cuestión.

Cuando la polarización se impone como la principal de manera de relación entre los adversarios significa que la posibilidad de espacios distantes de los bandos en pugna, la posibilidad de una élite reflexiva que convoque  a la cordura ha desaparecido. Por ejemplo, es lo que sucede con la admisión del proceso de exclusión de la candidatura de Keiko Fujimori por parte del Jurado Especial de Lima. Todos son fiscales en contra del Fujimorismo y todos son defensores del movimiento naranja. A muy pocos se les ocurre plantear: dejemos  que la autoridad electoral se pronuncie y acatemos la decisión, tal como lo planteamos en este Portal en los casos de Julio Guzmán y César Acuña. Todos tienen sangre en el ojo mientras la democracia y la institucionalidad comienzan a traquetear.

Cuando la polarización se impone el debate de las ideas y de las principales imágenes que deberían organizar el proceso electoral son postergados por las maniobras para excluir al rival. De alguna manera es lo que está sucediendo con la actual campaña en la que una legislación sobrerregulada y llena de vericuetos legales y una increíble ineficiencia de la autoridad electoral están convirtiendo la cuarta elección nacional sin interrupciones en una verdadera feria de fiscales y acusaciones donde todos buscan el argumento para excluir al rival. Es realmente increíble la incapacidad que existe en las élites para detener la guerra, hacer una pausa, y reflexionar sobre el resultado político e institucional que estamos produciendo.  

De alguna manera todos nos parecemos a esas ballenas desorientadas en el océano que nadan rumbo a la costa, sin poder detenerse, y contemplando el final colectivo. ¿Alguien cree que se puede preservar la democracia si los comicios nacionales se bastardean? Si alguien cree que alterando los plazos y cronogramas de los comicios nacionales la democracia sale indemne no sabe nada de historia ni entiende que es la democracia que también se define en forma y fondo por los plazos institucionales.

Pero lo más grave de la polarización tiene que ver con la violencia, no solo con los ataques a los mítines y actividades del adversario, sino con las marchas en contra de una candidatura. Atacar con violencia al adversario es un acto de guerra y marchar contra una propuesta electoral en democracia, como si se protestara contra una decisión gubernamental, es un mensaje terrible: si ganas hay guerra. La guerra empieza a envolverlo todo y la democracia empieza a respirar exhausta.

A los amantes de la guerra habría que señalarles que no tienen ninguna posibilidad de ganar. Por el contrario habría que recordarles cómo la República de Weimar en Alemania sucumbió ante la brutalidad nazi, cómo la República Española colapsó ante el autoritarismo franquista y cómo la Democracia Chilena se desplomó ante el autoritarismo pinochetista. En todas estas experiencias la provocación provino de la izquierda, del comité central comunista y, tarde o temprano, desencadenó la violencia de derecha. ¿Qué sucedería si la masa fujimorista comenzara a organizarse para repeler la violencia? La democracia estaría entrando en un paréntesis. Felizmente, el fujimorismo civil está demostrando un aplomo y una conducta democrática que nos evita un escenario tan trágico.

Quizá los partidos políticos y los sectores de las élites más reflexivos sean reticentes a gestar un centro democrático alejado de la polarización y la violencia, porque altera los cálculos y estrategias electorales. No les falta razón. Sin embargo siempre vale recordar que la democracia nació para evitar la guerra y la única manera de evitar la guerra es competir sin excluir al rival, la única manera de evitar la guerra es posibilitar el pacto, el entendimiento, entre los adversarios.

 
  • 21 de marzo del 2016

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