Editorial Política

El Príncipe Moderno en el debate

El Príncipe Moderno en el debate
  • 22 de septiembre del 2016

¡Con transfuguismo no hay democracia!

La Comisión de Constitución del Congreso acaba de aprobar un dictamen sobre el funcionamiento de los grupos parlamentarios que establece que el congresista electo que abandona su bancada no podrá integrarse ni formar otro núcleo parlamentario, integrar regularmente comisiones ordinarias ni menos formar parte de la Mesa Directiva del Legislativo.

Desde la caída del fujimorato —debido a las compras de legisladores en los noventa— en los tres períodos legislativos democráticos se multiplicaron diversas iniciativas en ese sentido y, de alguna manera, se organizó un consenso entre los especialistas y constitucionalistas. Sin embargo, cuando en el nuevo Legislativo por fin se aprueba un dictamen con ese espíritu se desata una reacción mediática que quizá provenga de la patología política del antifujimorismo o de la simple ignorancia.

Una primera cuestión para el debate. Desde el fin de las monarquías absolutas, los defensores de la libertad buscaron mecanismos para reemplazar a las noblezas en el ejercicio del poder. La construcción de la democracia, poco a poco, consolidó la idea de que el Príncipe Moderno era el partido político. No obstante la revolución digital y la crisis de la democracia mundial, no se conoce una forma de organizar la democracia al margen de los partidos. Declararse demócrata y defender la libertad obliga, entonces, a defender a los partidos.

El opositor al mencionado dictamen de la Comisión de Constitución argumenta que se viola la libertad individual y la no sujeción a mandato imperativo del legislador. A nuestro entender se trata de posiciones anarquistas que nos llevan a las paradojas que suele mencionar Karl Popper: la libertad que no se limita liquida a la propia libertad. Por ejemplo, la no sujeción a mandato imperativo no otorga carta blanca a un congresista para cambiarse de bancada por dinero. ¿El ejercicio de la libertad individual puede debilitar a los partidos y a la misma democracia? Es la gran interrogante a absolver. ¿No solemos decir que la crisis de la democracia refleja la ausencia de un sistema de partidos?

El tema es parte de las grandes discusiones constitucionales y de las mejores tradiciones democráticas del planeta. En los parlamentos de Estados Unidos y del Reino Unido es inconcebible que un legislador abandone su bancada. Nunca sucede. Pero si se presenta el caso, el legislador del Reino Unido se convierte en un virtual paria. En el proceso constituyente de España que organizó la actual democracia ibérica, que sobrevive a una de las peores crisis económicas del planeta, surgió la idea de “grupo residual”; es decir, el legislador que abandona su bancada también se convierte en una especie de paria.

En experiencias como las de Portugal, Panamá y Brasil, el congresista que abandona la bancada con la que fue elegido simplemente pierde su escaño. ¿Por qué entonces se vuelve a desatar una histeria mediática —casi como en la segunda vuelta— encabezada por el periódico antifujimorista? En este portal siempre hemos sostenido que el “anti” es una de las peores enfermedades de nuestra democracia, que avanza hacia su quinta elección nacional, por la sencilla razón de que anula la racionalidad y la argumentación crítica.

Ahora bien, no deja de ser paradójico que Fuerza Popular, el movimiento político que suele ser asociado al autoritarismo de los noventa y transfuguismos que avergüenzan, hoy encabece la batalla por la consolidación de los partidos. Pero de este tipo de paradojas se han construido los mejores momentos de la humanidad. De lo contrario, ¿cómo entender el invalorable aporte de los herederos de Franco y de Pinochet a la consolidación de las democracias española y chilena, respectivamente?

Finalmente es necesario entender que el dictamen de la Comisión de Constitución que analizamos solo es un elemento más que promoverá la consolidación de los partidos y movimientos. En realidad la gran batalla está en los propios partidos, en su capacidad de desarrollar identidad ideológica y programática, en la consolidación de un estado mayor y de democracia en las bases, y en la voluntad de fragmentar el poder y tolerar las más diversas corrientes internas. En todo caso, el Perú necesita de Príncipes Modernos.

  • 22 de septiembre del 2016

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