Editorial Cultura

Milagros y mitos alrededor de una limeña

A 400 años de la muerte de Santa Rosa de Lima

Milagros y mitos alrededor de una limeña
  • 29 de agosto del 2017

A 400 años de la muerte de Santa Rosa de Lima

Nacida en los inicios del virreinato, tiempos de forja de la identidad peruana, Santa Rosa de Lima (1586-1617) se ha convertido en uno de los emblemas de nuestra patria: la primera santa de América, patrona del Perú, de todo el continente hispanoamericano y de Filipinas. No obstante, el tiempo pasado desde su muerte (ocurrida hace exactamente 400 años) nos ha alejado de la religiosidad y el misticismo que imperaron en la vida de la santa, por lo que hoy su comportamiento no puede ser entendido sin la debida contextualización histórica. Repasemos aquí algunos episodios de la vida de esta limeña ejemplar, cuya festividad de se celebra esta semana esta semana, el 30 de agosto.

Desde su nacimiento, la santa estuvo rodeada de hechos “milagrosos”, según se cuenta en diverso textos. Nació el 20 de abril de 1586, “sin provocar dolor de parto”, con el nombre de Isabel Flores de Oliva. En esa fecha se conmemoraba a santa Inés de Montepulciano, “la virgen de las flores”. Isabel fue la cuarta de los trece hijos del matrimonio Flores de Oliva. Fue bautizada el 25 de mayo de 1586, en la Parroquia de San Sebastián, el día de Pentecostés (“día de las rosas”). A todo ello se suma la conocida historia de que a los tres meses, su madre vio el rostro de la niña convertido en una rosa, por lo que desde entonces se le llamó Rosa. Esta “transformación” es considerada su primer milagro.

Muy niña se trasladó, con toda su familia al pueblo minero de Quives, cerca de Lima. Ahí recibió el sacramento de la confirmación del arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, quien después también sería canonizado. Ya entonces Isabel ayunaba tres veces por semana y realizaba severas penitencias en secreto, emulando a la terciaria dominica santa Catalina de Siena. Intentó entrar a esa orden religiosa, que entonces no tenía un convento para mujeres, por lo que desarrolló su fe de una manera personal y en su propia casa, aunque bajo la tutela de los dominicos. Además trabajaba el día entero en el huerto y bordaba para diferentes familias de la ciudad, para contribuir a la economía familiar. A los 25 años de edad hizo votos de castidad y adoptó el nombre de “Rosa de Santa María”.

Así pasaba la vida de Rosa, casi sin contacto con el mundo exterior, hasta que conoció a Luisa de Melgarejo, esposa de un reconocido intelectual limeño y Luisa de Melgarejo y que tenía mucha fama de ser una mujer santa, aunque algo dada a los delirios y a los escándalos. Fue ella una especie de “relacionista pública” y seguramente quien más contribuyó a la “santidad” de Rosa, y a partir de la propia muerte de la santa. Durante el velorio, y ante unas veinte personas, Luisa de Melgarejo entró en un “éxtasis” que duró casi cuatro horas, en los que narró, en voz muy alta y con lujo de detalles, la forma en que la santa estaba siendo recibida en el cielo: desde la bienvenida que le dio la Virgen María en “la morada eterna, allá donde no hay hastío, allá donde la hartura no empalaga, allá donde mientras más se goza más se desea gozar” hasta los cánticos con los que la recibieron los ángeles”; explicando además todo lo que la santa estaba experimentando, hasta llegar al  “gozo eterno” de estar al lado de Dios.

Un dato al margen es que cinco años después Luisa de Melgarejo fue procesada por el Tribunal de la Santa Inquisición por fingir trances y visiones sobrenaturales. Pero eso no disminuyó para nada la fama de Isabel, quien fue beatificada y posteriormente canonizada por el papa Clemente IX, el 2 de abril de 1671.

 
  • 29 de agosto del 2017

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