Editorial Cultura

El dedo en la llaga

El dedo en la llaga
  • 04 de junio del 2015

La moda de los talleres literarios y una punzante crítica a ciertos escritores.

Desde hace algunos años se han puesto de moda los “talleres de creación literaria”, cursos breves en los que un autor (de preferencia narrador), con un cierto prestigio literario (o al menos con algunos libros publicados) comparte sus técnicas de trabajo con un grupo de aspirantes a escritores. Por supuesto, los alumnos pagan para recibir estas clases y los maestros cobran por dictarlas. Y como en toda moda, hay desde talleres buenos hasta muy malos. En los primeros un autor serio, con experiencia literaria y pedagógica, ayuda a sus “talleristas” a dar los primeros pasos en la creación. Los otros talleres, los malos, son solamente una fuente de recursos fáciles para escritores sin muchos escrúpulos.

Dos sucesos relacionados con los talleres los han puesto en el centro del debate. El primero fue el escándalo mediático generado por el romance entre la ex vedette Mónica Cabrejos y el escritor Iván Thays. La pareja se conoció precisamente en un taller dictado por Thays. Cabrejos se inscribió en ese taller antes de comenzar a escribir una novela (próxima a publicarse) en la línea de Cincuenta sombras de Grey. El segundo hecho es más reciente: una irónicas líneas en el Facebook del escritor y crítico Gustavo Faverón, en las que se burlaba de esta moda de los talleres: “Voy a dar un taller gratuito sobre cómo adoptar la pose de escritor sin importar si uno escribe o no, o si uno escribe bien o mal. Materiales necesarios: chalina, bigote postizo, amigo filo-terruco, cicatriz en el alma…”.

Con esas líneas, Faverón parece haber puesto el dedo en la llaga. Inmediatamente aparecieron respuestas de algunos escritores, aún en camino de la consagración literaria, pero ya veteranos dictando talleres. Diego Trelles, por ejemplo, ha publicado una “aclaración” ante la, según él, “profunda y repugnante mala leche de este post”. “Bajo el paraguas siempre seguro del humor, los escritores pasamos a ser aprovechadores, trepadores, estafadores y mil oficios. En su crítica indiscriminada y profundamente hostil, nos han querido endilgar el hecho de que existan talleres privados con gente no necesariamente preparada para darlos”, afirma la parte central de su extenso artículo.

Con menos dramatismo, Juan Manuel Robles, otro escritor joven, reconoce que efectivamente hay un gran problema: “Hay muchos talleres que ofrecen, a cambio de algunos cientos de soles, un servicio improbable. Los talleres literarios se han devaluado porque existen muchos improvisados que los montan para estafar a los neófitos. Otra cosa es pedirle a un taller lo que no puede darte: hacerte escribir bien por ósmosis en diez clases de dos horas. Un taller literario es solo una asesoría. Y además, lo que natura no da, ni Iván Thays ni Miguel Ildefonso ni Alonso Cueto lo prestan. Son escritores, no hechiceros”.

La única forma de evaluar la calidad y eficacia de estos talleres literarios es viendo sus frutos: leyendo las recopilaciones de los textos trabajados por los alumnos bajo la dirección del “profesor”. Pero en Lima muy pocos talleres publican esos trabajos. Entonces el único referente que le queda al público interesado es la “fama” literaria de la persona encargada de dictar el taller. Y ya sabemos lo caprichosa y veleidosa que suele ser esa fama.

  • 04 de junio del 2015

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