Editorial Cultura

Eco: el intelectual en la discoteca

Eco: el intelectual en la discoteca
  • 22 de febrero del 2016

El impresionante horizonte cultural del gran ensayista

La semana pasada fue especialmente funesta por una serie de hechos que enlutaron a las letras de todo el mundo. La serie se inició con el peruano Eduardo Chirinos (Lima, 1960), uno de nuestros poetas más reconocidos, quien murió el miércoles en Estados Unidos. El viernes murió Harper Lee (Alabama, 1926), la escritora norteamericana famosa por su novela Matar a un ruiseñor (1960), un conmovedor alegato contra el racismo en el país del norte. Por último, el mismo viernes nos llegó de Italia la noticia del fallecimiento de Umberto Eco (Piamonte, 1932) uno de los más importantes intelectuales y escritores de la actualidad, autor de obras tan reconocidas como Obra abierta (ensayo, 1962) y El nombre de la rosa (novela, 1980).

Doctorado en Letras y Filosofía en la Universidad de Turín, Eco inició muy joven su labor de ensayista, con textos académicos sobre temas clásicos de estética. Pero pronto el interés por las ideas y reflexiones más actuales lo llevó a continuar desarrollando las propuestas del estructuralismo. Así Eco llegó a la semiótica, la ambiciosa ciencia general de los signos y significados, contribuyendo con dos libros fundamentales: Obra abierta y La estructura ausente (1968). Paralelamente, Eco también se interesaba en la producción artística más actual y difundida, como demostró en el libro Apocalípticos e integrados (1965), una recopilación de estudios sobre arte popular y de masas.

Acaso esta última sea la característica más decisiva de todo su trabajo intelectual y creativo: el intento de aplicar las reflexiones académicas a las creaciones y formas de expresión más difundidas y de mayor vigencia en el mundo de hoy. Eco sostenía que ante formas artísticas como el cómic y el rock, los intelectuales suelen tener dos posiciones extremas: las aceptan y tratan de “integrarlas” al mundo académico; o simplemente lamentan su existencia, como si se tratara de la llegada de un “apocalipsis cultural”. Por supuesto Eco optó desde un inicio por ser un “integrado”, mientras que hasta la actualidad hay muchos intelectuales que prefieren ser “apocalípticos” y seguir anunciando la muerte de la “alta cultura”. Esto es lo que hace, por ejemplo, Mario Vargas Llosa en su libro La civilización del espectáculo (2012). Eco escribió numerosos textos sobre este tema, uno de ellos titulado “El intelectual en la discoteca”.

Seguramente esa vocación “mundana” también lo llevó a escribir su primera novela casi a los 50 años de edad: El nombre de la rosa, un fascinante relato ambientado en la Edad Media. Como todas las grandes obras literarias, esta novela tiene diversos niveles de lectura, que van desde ciertos debates filosóficos propios de la época retratada, hasta una reflexión sobre la función de la literatura, a lo que se suma una historia sumamente interesante y una prosa de excelente factura. El libro se convirtió pronto en un best seller mundial y en uno de las obras maestras de la literatura actual. Eco publicaría otras seis novelas —desde El péndulo de Foucault (1988) hasta Número cero (2015)– que lo convirtieron en uno de los narradores más importantes de nuestro tiempo.

A pesar de estas aventuras literarias (para él poco más que un “hobby”), Eco fue básicamente un pensador y ensayista, como confirman los más de 50 libros publicados en igual cantidad de años de trabajo constante. Muchos de esos libros se convirtieron en hitos del pensamiento contemporáneo: Obra abierta, Apocalípticos e integrados, La estructura ausente, Tratado de semiótica general (1975), Lector in fábula (1979), Los límites de la interpretación (1990), La estrategia de la ilusión (1999), La historia de la belleza (2005), La nueva Edad Media (2010), entre muchos otros.

 
  • 22 de febrero del 2016

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