Eduardo Zapata

Voto vergonzante y frivolidad

Voto vergonzante y frivolidad
Eduardo Zapata
30 de octubre del 2014

¡Qué más frívolo y corrupto que arriesgar el futuro de los más por satisfacer egos!

La palabra frívolo aplicada a alguien o a algo es un demarcador de superioridad o exclusión. Curiosamente, quienes acuden más a ella desde lo intelectual terminan siendo víctimas y victimarios en lo político. Pues nada más frívolo que convertir el voto en una expresión de falsa superioridad moral.

Una de las acepciones de frívolo –según el Diccionario de la RAE- es: “Se dice de los espectáculos ligeros o sensuales, de sus textos canciones y bailes, y de las personas que los interpretan. ¿Acaso al votar, supuestos intelectuales o líderes de opinión no se convierten –a veces- cínicamente en personas que interpretan la política como espectáculo ligero y sensual que les es –finalmente- siempre ajeno y distante?

Antes de cualquier elección –con razón o sin ella- se suele alegar acerca del llamado ´voto escondido´. Aludiendo así a gente que pese a tener definido el destino de su voto, prefiere no ponerlo en evidencia.

Real o imaginario, el voto escondido se convierte en una suerte de bálsamo de esperanza para los candidatos. Y a veces, por cierto, la esperanza se hace realidad.

Sin embargo y cuando ya se está al final de un gobierno nacional, regional, provincial o distrital, aparece el poco subrayado ´voto vergonzante´. Ocurre que la gente niega haber votado por aquella persona que resultó electa. Esto suele ocurrir –por cierto- cuando los resultados de la gestión son poco edificantes. O peor aún efectivamente vergonzosos.

El desencanto gradual respecto a la gestión de la señora Villarán –lo sabemos- terminó en un respaldo efectivo muy pobre. Aspirante a ser reelecta, gozando de la enorme ventaja de ser autoridad y candidata y con una cuantiosa campaña publicitaria, solo obtuvo el 10% de la votación.

Y cuando uno indaga respecto a su elección primigenia, ocurre que la mayoría hasta niega haber votado por ella. Otros lo aceptan, pero bajo el argumento simple de ´me caía bien´ aun cuando sabían que no tenía experiencia de gestión y –mucho menos- un plan de gobierno plausible; ni cuadros profesionales y técnicos competentes. Los menos –bastante menos- declaran tener “afinidades ideológicas” aun cuando también dudasen de las cualidades reales de gestión.

¿Quiénes, entonces, lograron que ella obtuviese su triunfo original para la Alcaldía en el año 2010? Aquellos que hoy lo niegan. Aquellos del voto vergonzante.

El ya innegable decrecimiento económico de los últimos años como consecuencia de la falta de capacidad en la gestión de las políticas públicas –unido a percepciones de corrupción objetivadas en encuestas- está haciendo emerger gradualmente esto que estamos llamando voto vergonzante. Parece que gradualmente pocos reconocen haber votado por Ollanta Humala. ¿Cómo ganó la elección, entonces, en el 2011?

Ahora que estamos ad portas de las elecciones del 2016 y que se habla tanto de corrupción, es bueno que admitamos que el germen de ésta –a nivel de decisión ciudadana- está en el voto vergonzante. Pues el ulterior voto vergonzante es un voto originariamente corrupto. Dado que –a sabiendas- elegimos a movimientos políticos y candidatos sin antecedentes de capacidad de gestión, ni cuadros técnicos calificados. ¡Qué más frivolidad y corrupción que arriesgar el futuro de los más por satisfacer egos y vanidades individuales disfrazadas de lo ´políticamente correcto´!

Eduardo E. Zapata Saldaña
30 - oct - 2014  

Eduardo Zapata
30 de octubre del 2014

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