Dante Bobadilla

Volviendo a los 80

Volviendo a los 80
Dante Bobadilla
24 de septiembre del 2015

Sobre cómo la demagogia y populismo han hecho retroceder al país

La política tiende a caer en la demagogia y la irresponsabilidad. La consecuencia lógica de ambas es un Estado gigantesco repleto de ministerios, organismos y empresas públicas ocupándose de todo, y además, rebosante de regulaciones en todos los campos que estrangulan la fluidez de la vida de la sociedad, no solo en el terreno económico sino incluso en la vida privada de las personas. Todo eso lleva finalmente al desastre. Ya lo hemos vivido. Pero lo increíble de todo esto es que las personas apoyan a los demagogos que siguen ofreciendo más ministerios y más leyes de regulación, con más “derechos” a costa del Estado y de la empresa privada.

En los 90 el Perú tomó el camino de la sensatez y redujo drásticamente el tamaño del Estado desprendiéndose de casi todas las empresas públicas y desrregulando la economía. Con esas medidas pudimos salvarnos. Recuperamos liquidez, crédito internacional, recaudación fiscal y empezamos los proyectos mineros que en el 2002, en el momento del boom, nos permitieron aprovechar los altos precios de los minerales por diez años. Toda esa bonita historia está por llegar a su fin. O tal vez ya acabó. La demagogia ha vuelto a dar sus típicos resultados.

La marcha hacia atrás se inició inmediatamente con Alejandro Toledo, quien en un alarde supremo de demagogia barata reincorporó al Estado a los miles de trabajadores despedidos por el régimen de Fujimori, pese a que ya habían sido convenientemente resarcidos, cobraron sus beneficios y ya estaban en otras actividades, pero igual fueron reincorporados en empresas públicas que ya no existían. Posteriormente se fueron creando organismos públicos para cada problema social, y ministerios para asuntos tan poéticos y rimbombantes como la cultura, el medio ambiente y la inclusión social. La regulación no ha cesado de entrometerse en todos lados. Ya se reguló incluso el trabajo en casa con herramientas web. Hasta la alimentación se está regulando.

Nadie sabe cuántos trabajadores públicos tenemos que mantener en el Perú. Lo que sí se sabe es que no trabajan. Los expedientes se duermen por años y acaban perdidos de tanto que los pelotean entre oficinas. Los peruanos de provincias mueren esperando respuestas desde Lima o tienen que venir en marchas de sacrificio para que les hagan caso. Los extranjeros tienen que pasar por una tortura indescriptible en las oficinas de Migraciones. Hasta tenemos que pedir permiso para tener lunas polarizadas en el auto, como si eso sirviera para algo. Estamos ya en un régimen socialista del que solo se salva la economía, por ahora. Pero eso también está por acabar. Las regulaciones están asfixiándolo todo. Si a esto le sumamos el fenómeno del niño y la liberación de terroristas que ya volvieron a sus campañas de adoctrinamiento, estamos casi en el mismo escenario que hizo posible el apocalipsis de los 80.

La gente nunca aprende de la historia. Eso de que hay que conocer la historia para no repetirla es una bonita frase que solo encandila a los tontos. Lo cierto es que la historia siempre se repite, porque la fuerza natural de la demagogia política es inexorable. ¿Cómo entonces se explica que dos perfectos trepadores improvisados en política estén ahora al mando del país? Algunos piden que Ollanta Humala les devuelvan su voto, pero hay muchos que frente a la disyuntiva entre Keiko Fujimori y cualquier otra cosa, prefieren aun el suicidio llevados por su inquina personal. Esto significa que la demagogia política no solo ha hecho posible el renacer de las nefastas condiciones de la crisis terminal de la nación, sino que, además, ha logrado estigmatizar al único movimiento político capaz de enfrentar la situación. Mientras el odio y la demagogia sean el motor de la política peruana, seguiremos en el absurdo empeño de cavar nuestra tumba. Y con el riesgo de no tener salvación.
 

Por: Dante Bobadilla

 
Dante Bobadilla
24 de septiembre del 2015

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