Venezuela

Leopoldo López, líder de la oposición venezolana

“El cuadro de Simon Bolivar, único testigo en una habitación silenciada por un disparo. La sangre atomizada ensucia el cuadro mientras que en el escritorio, en un charco de sangre, un dictador yace muerto”. Este era el sueño recurrente de una amiga venezolana que, cual pistolera de western, irrumpía en la Asamblea Nacional para ponerle fin a la vida del dictador.

“Muerto el perro, muerta la rabia” me decía ella mientras el tren recorría el corredor del Henares. ¿Y cómo reprocharle si yo le he deseado lo mismo a otro dictador? Rodeada de libertad le era más difícil pensar en su país. Recordaba aquella firma: la firma de la Lista Tascón, que la sentenció a ella y a millones de venezolanos, la firma que selló su destino y la llevó al destierro. “Nos quitaron hasta la bicicleta de mi tío, hasta la bicicleta”, y con estas palabras se bajó del tren.

Seis años después de nuestra conversación de tranvía, la muerte silenciosa le llegó al dictador. Pero la pesadilla no había terminado. Cuánto desconsuelo, pues el caudillo seguiría teniendo de rodillas a su patria con el látigo del “la continuación de su proyecto político”.

Luego de oír sus historias de lucha sentí que esta era también mi causa. La comunidad internacional debía de actuar y no bastaba el “¿por qué no te callas?” del Rey Juan Carlos. Desde que conocí de primera mano la lucha de los estudiantes venezolanos comencé a seguir cada marcha, cada multitudinaria manifestación.

Con el paso de los años la represión policial en las manifestaciones se iba tornando más violenta, hasta que llegaron los primeros muertos: Bassil Da Costa y Roberto Redman. Cuando por las redes sociales me enteré de las muertes de estos dos jóvenes pensé que esa sería la gota que derramaría el vaso de la impotencia. El grupo de motorizados chavistas estaba matando a los jóvenes que se movilizaban amparados en el derecho a la protesta pacífica. Esto tendría que incendiar las conciencias y podría echar a este nuevo garabato de dictador y al titiritero detrás del telón.

Días después de las primeras manifestaciones ordenaron el arresto del opositor Leopoldo López. Le cargarían los muertos, los desmanes, incendios, daños al patrimonio, la subida del maíz, el temporal y todo lo que se les pasara por la cabeza. Leopoldo López marchó a su detención como el mesías del que has leído en la Biblia. Vestido de blanco y arropado por una multitud daba un discurso junto a la estatua de Martí y agradecía a su esposa, Lilian Tintori, por ser su pilar. Ese día Leopoldo se catapultó como el líder de la oposición venezolana. La lucha contra la injusticia tomó su rostro, su causa se convirtió en la causa de todos los latinoamericanos de bien.

Lilian Tintori tomó la posta. Y desde aquel día ha tocado las puertas de todas las organizaciones pro derechos humanos denunciando los malos tratos, el aislamiento del líder opositor, las condiciones de encarcelamiento y el acoso a su familia.

Ayer Leopoldo cumplió 46 años y a Antonieta Mendoza, la madre de Leopoldo, Lilian Tintori y sus dos pequeños hijos les prohibieron la visita familiar. El video es sobrecogedor y los animo a buscarlos en las redes. Estos niños representan las infancias que está robando la dictadura. No podemos permitir que el único contacto que tengan con su padre sea a través de un megáfono y pegando gritos a todo pulmón, con el deseo de escuchar un eco de regreso.

Me quedo con lo dicho por Leopoldo López el día de su detención: “Estas esposas me las va a quitar el pueblo de Venezuela”. Deseo que hable la calle, que baje el cerro, que Latinoamérica se una enérgicamente para extirpar este tumor llamado “socialismo del siglo XXI”. ¡Sí se puede!

Rocío Valverde