Ángel Delgado Silva

¡Venezuela, aparta de mí este cáliz también!

Con una oposición dividida, Maduro se ha entronizado hasta el 2025

¡Venezuela, aparta de mí este cáliz también!
Ángel Delgado Silva
07 de junio del 2018

 

El postrer trabajo de César Vallejo España, aparta de mi este cáliz –quince poemas relacionados con la guerra civil española, escritos entre 1937 y 1938 poco antes de su muerte– me sirve de inspiración para intitular este artículo. Asumo esta licencia porque el poemario –contra lo que podría suponerse– no se limita a ser un canto de gesta sobre acontecimientos bélicos que fueron el preámbulo de la II Guerra Mundial. Por el contrario, el poeta asume las batallas, el heroísmo, la entrega y sacrifico de los combatientes, todo el dolor por la violencia, no en la objetividad de los hechos, sino por la percepción íntima que aquel drama provoca. La épica es desplazada por experiencias de angustia, por desgarramientos en el alma, por el sentimiento agobiado del autor ante dicha inclemencia. Y, especialmente, por la duda corrosiva, metafísica, inquietante, traducida en ese verso de lacerante desasosiego: “si cae España —digo, es un decir— si cae”, plasmada en el poema que da el título a toda la obra.

La tragedia de la patria de Bolívar, develada en su integridad, provoca similar intranquilidad de espíritu porque no estamos frente a una dictadura más. Tampoco el país atraviesa una de esas crisis recurrentes, típicas del convulso paisaje latinoamericano. ¡No qué va, la cuestión venezolana es de otra factura! Congruente con su accidentada y violenta historia —desde las “guerras a muerte”, durante la Independencia— los últimos veinte años son los más aciagos y trágicos.

Pero hay más. Todo en este luctuoso proceso ha sido insólito, ambiguo y contradictorio, hasta la exacerbación. Para empezar, el ascenso político de Chávez tuvo la complacencia de las fuerzas democráticas. Unas por cobardía y otras por un ramplón oportunismo no condenaron el golpe de Estado fallido del 4 de febrero de 1992 ni sancionaron al golpista como hubiera sido menester. Peor aún, Rafael Caldera —presidente de la República entre 1969 y 1974, y uno de los patricios de la democracia venezolana (1959-1998), conjuntamente con el benemérito Rómulo Betancourt— será el capitoste de esta vergonzante conducta. En lugar de firmeza en la defensa del orden democrático amenazado, sostiene en sus intervenciones que “es imposible pedirle al pueblo que se inmole por la democracia”. Por lo tanto, “la democracia no puede existir si el pueblo no come”.

Apañando al sentimiento antisistema que había prendido entre la población, postula a la Presidencia el año siguiente, encabezando un conglomerado de pequeños grupos radicales, carentes de compromiso democrático sólido; la mayoría de ellos simpatizantes del comandante, por entonces en una prisión dorada. Su ambición no le hizo ascos a romper con su partido, el histórico COPEI, y ultimar el debilitamiento del sistema de partidos que había sostenido por 40 años la institucionalidad democrática en Venezuela. Llega así a la jefatura del Estado en 1994, a los 78 años, y la crisis se profundiza exponencialmente. Y redondeando la faena libera a Chávez, dejándolo expedito para ganar las elecciones del 6 de diciembre de 1998

Jamás olvidemos el origen de la tragedia venezolana. Comprenderemos que no solo hubo audacia y cero escrúpulos por cuenta del chavismo, también demasiada lenidad e impericia en la clase política. Sin esa ayuda Chávez jamás hubiera llegado a lo que fue. Empezando nomás, aceptaron la imposición de una Asamblea Constituyente que disolvió al Congreso y alteró las reglas del poder (Constitución Bolivariana de 1999). Después apostaron por un golpe de Estado, improvisado y fatal, que concluyó fortaleciendo a Chávez y su control absoluto sobre las FF.AA. Luego privilegiaron las luchas callejeras, los paros petroleros y las movilizaciones, mientras abandonaban la lucha electoral, ausentándose en los comicios legislativos del 2005. Con ello el chavismo tuvo el terreno despejado para redoblar la autocracia y ganar la segunda reelección, el año 2006.

Cuando el cáncer derrota a Chávez la oposición democrática no aprovecha el vacío de poder y el desconcierto natural. Le faltó fuerza para impedir el grosero fraude que Maduro perpetró en las elecciones del 14 de abril del 2013. Y peor aún, cuando dos años después, en diciembre del 2015, la oposición gana la Asamblea Legislativa, erradas estrategias, expectativas falsas y otros yerros les impidieron acumular fuerzas. En vez de ello, cayeron por una pendiente de deslegitimación continua. El nuevo dictador no sólo mantuvo el poder, sino contragolpeó con otra Constituyente, en julio del 2017, diluyendo al parlamento opositor en los hechos.

Un chavismo ya recuperado del avance democrático, rechazará los referéndums revocatorios para adelantar las elecciones. Así el 2018, luego del fracaso de las conversaciones en Santo Domingo, retoma la iniciativa y adelanta el cronograma electoral para el 20 de mayo. La sorpresa divide a la oposición, que en mayoría decidió abstenerse. Y aunque un sector de ella participa, no bastó para impedir las trampas del oficialismo ni que Maduro se entronice hasta el 2025.

Debido a esta negra perspectiva, un enorme y sombrío desaliento se ha instalado entre la gente, únicamente compensado por el casi absoluto aislamiento internacional. Países de todo el orbe no reconocen al régimen nacido de la farsa electoral. Pero difícilmente ello podrá revertir las cosas. Entonces si Venezuela termina perdiéndose, diremos con Vallejo en el ya citado poema: “… salid, niños del mundo; id a buscarla”.

Lima, 1 de junio del 2017

 

Ángel Delgado Silva
07 de junio del 2018

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