Martin Santivañez

Valkiria enfurecida

Valkiria enfurecida
Martin Santivañez
06 de noviembre del 2015

Sobre la nueva tensión diplomática con Chile

El 10 de septiembre de 1836, Diego Portales, supremo organizador de la república chilena, escribió una carta a Manuel Blanco Encalada, comandante en jefe de las fuerzas navales y militares que pondrían fin a la existencia de la Confederación Perú-Boliviana.
 

En dicha misiva, Portales afirmaba que: “La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América […] debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre”.

Esta carta no pasaría de ser un exabrupto histórico, dolorosamente cainita, si de cuando en cuando la prepotencia de Portales no se manifestase en hechos políticos concretos.  Entre 2003 y 2008, según el instituto internacional de Estudios Estratégicos (IISS) con sede en Londres, el gasto militar en América Latina y el Caribe se incrementó en un 91%, de US$ 24,700 a US$ 47,200 millones. Las cifras, de por sí, son desalentadoras. El gobierno chileno invirtió, entre 2003 y 2009, más de 2.900 millones de dólares en armamento (aviones F-16, fragatas, submarinos Scorpene, tanques Leopard, vehículos de combate, misiles Stinger, radares Sentinel, etc.) y el argumento de la reposición de material obsoleto se cae por su propio peso. El armamentismo genera desconfianza y es el caldo de cultivo del que siempre nacen los conflictos.

Michelle Bachelet, pese a su discurso progresista y a los diversos besamanos a los que suele acudir en la Cuba castrista, siempre ha optado por alimentar las imprudentes demostraciones de poder militar de las Fuerzas Armadas de su país. Desde los ejercicios de Salitre 2009 hasta las últimas declaraciones en olor nacionalista, Bachelet nunca ha dudado en utilizar el argumento prepotente para mitigar los dolores de cabeza de su frente interno. Habría que recordarle a los políticos de ambos países que el nacionalismo engendra siempre una respuesta también nacionalista (Humala siempre utiliza la demagogia como un arma arrojadiza) y que en medio de un mundo híper conectado es preciso buscar la salida diplomática sobre todo después del resultado de La Haya. Con todo, la descomposición del régimen de Bachelet no augura nada bueno y en tal sentido el Perú tiene que optar por mantener una postura firme y prudente que apueste por denunciar el armamentismo como un factor esencial de desconfianza y que informe a la comunidad internacional que en medio de un clima enrarecido por la compra de armas y las pulsiones chauvinistas es muy difícil establecer escenarios de cooperación y respeto fraterno que superen el radicalismo insolidario de Portales.  

La historia nos enseña que dos países como Perú y Chile tienen que colaborar en sus objetivos estratégicos y que el primer paso para esa colaboración es la construcción de una confianza mutua a largo plazo. Para eso es fundamental liquidar de raíz cualquier aspiración armamentista y recurrir asiduamente al derecho internacional cuando surja alguna diferencia. La madurez pública de nuestros políticos está en función a esta visión a largo plazo. Mal hace la Presidenta Bachelet al reaccionar de manera prepotente y mal hace el gobierno peruano al exacerbar los ánimos en lugar de calmarlos en pos de una solución diplomática. Lo que tiene que diferenciar al Perú es un tema como este es su capacidad para optar por la gravitas de un Estado sensato, nunca por el discurso maniqueo de Portales en el que se incinera todo hermanamiento en pos de una ficción.

Por: Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
06 de noviembre del 2015

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