Rocío Valverde

Uno de diez millones

El Parkinson afecta a quien lo sufre y a toda su familia

Uno de diez millones
Rocío Valverde
03 de septiembre del 2018

 

Algo me pasa cada cierto tiempo. Estoy sentada esperando un tren y de repente veo a un señor con un poco de temblor en las manos. Sé lo que siente e intento no mirarlo, porque sé también lo mucho que le incomodaría. Detrás suyo hay cincos personas que acaban de salir del trabajo y esperan ansiosamente poder reposar su cansancio en los asientos del tren que los llevará hacia sus hogares. Sé que está nervioso porque tendrá segundos para cambiar de marcha, alzar el pie y ponerlo dentro del tren.

Me es imposible no ver a mi abuelo en cada persona con Parkinson que encuentro por las calles. Todos tienen esa característica máscara facial que produce la enfermedad. Algunos presentan temblores y a muchos los reconozco lamentablemente por los episodios de congelamiento. Y entonces ocurre. Se le bloquea la marcha mientras el pitido infernal del tren nos avisa que va a cerrar sus puertas en veinte segundos. Él no puede moverse y las personas que hacen fila detrás de él comienzan a correr hacia las puertas de otros vagones. Yo espero detrás suyo porque sé que es posible que se caiga. El episodio pasa y ambos logramos subir al tren. No sé cómo ayudarlo porque no quiero abrumarlo, así que me pongo una máscara de absoluta indiferencia y pretendo que no ha ocurrido nada.

El día que falleció mi abuelo sentí inmediatamente que los azulejos del suelo se movían y únicamente recuerdo tomar un autobús muy tarde por la noche. Sonaba una canción en el aire aunque la radio no estaba prendida. A los pocos días mi pesar había menguado considerablemente. No sé si esto ocurrió porque tenía exámenes finales a la vuelta de la esquina y mi deber era devorarme los libros y pasar por fin aquel examen de fisiología animal. No podría precisar el motivo, pero no fue hasta mucho más tarde, cuando algo tan común como unos guantes de cuero negro me recordaron el desconsuelo. Y en ese momento toda la pena me cayó encima como una pesada noche.

Ese sentimiento se reaviva cada vez que me cruzo a una de los diez millones de personas que padecen la enfermedad. Bien dicen que el Parkinson no solo involucra al paciente, sino a toda la familia. Y creo que al ver un signo de la enfermedad el instinto de cuidador se despierta. Tengo la fortuna de trabajar en un área en la que puedo ayudar a personas que sufren de enfermedades neurodegenerativas, enfermedad huérfanas y cáncer, entre otras. Esa es mi forma de lidiar con estos pequeños episodios de tristeza.

Faltan muchos meses para que se celebre el día de la lucha con el Parkinson, pero hoy quisiera pedir que tengan mucha paciencia con las personas que sufren este mal. Ayudémosles a que vivan plenamente y evitemos que se aíslen socialmente. No los apresuren y sean discretos con sus miradas. Alguna vez uno de esos diez millones fue mi abuelo.

 

Rocío Valverde
03 de septiembre del 2018

NOTICIAS RELACIONADAS >

El zumbido

Columnas

El zumbido

¿Es un avión?, ¿un enjambre de abejas, ¿un...

03 de febrero
Otro coronavirus llega desde Asia

Columnas

Otro coronavirus llega desde Asia

El año 2019 culminó con la noticia de una misteriosa enf...

27 de enero
Veganuary

Columnas

Veganuary

Los noticieros de estas semanas, las primeras del año 2020, me ...

12 de enero

COMENTARIOS