Una ley de “medio pelo”

Universidad, inflación y ley universitaria, en el país de los “cartones”

Utilizando la propia terminología que el Presidente ha empleado para calificar a las universidades del país podríamos decir que esperábamos como remedio una ley de “pelo entero”.

Bastaría con identificar en palabras del propio Humala las motivaciones de esta ley. Algunas universidades se han convertido en “caja chica” de proyectos políticos, ha dicho. De donde se infiere que la preocupación no va por la perversión de lo académico, sino por una posible competencia política.

A partir de la década del setenta, palabras con contenido como Grado o Título fueron subsumidas por el bastardo y genérico nombre de “cartón”. Como ocurre con la inflación económica, grados y títulos no tuvieron ya respaldo en la formación, la investigación y el conocimiento. A partir de allí se produjo –efectivamente como ocurre con la inflación económica- una emisión inorgánica de circulante: grados y títulos sin respaldo. No importaba quién emitía, ni cómo lo hacía. Bastaba con ser poseedor de un cartón convalidado “En Nombre de la Nación”.

Mientras esto ocurría, la oferta de educación técnica se empobrecía más aún. Con pocas excepciones, los centros destinados a ella se multiplicaron y pauperizaron. También aquí aumento de circulante e inflación. Con el agravante de que el mercado laboral no ofrecía el puesto debido de trabajo para el estudiante. De donde en el imaginario social solo quedaba la opción del entonces ya institucionalizado cartón.

De hecho, la situación de la educación superior –universitaria y técnica- era, entonces, de horror. La universidad pública y muchas de las privadas sin fines de lucro habían sido tomadas por un asambleísmo mercantilista que perpetuaba poder y dinero. Que premiaba y premia adhesiones políticas y personales y no méritos académicos.

A partir de los noventas insurgen las universidades con fines de lucro (algunas abiertamente una estafa) y se multiplican las universidades públicas delivery: a gusto de los electores y de los operadores políticos.

Bajo un errado criterio de oportunidad para todos se masifica, entonces, la universidad. Una institución que en cualquier lugar de un mundo serio es elitista. En ningún lugar es para los más. Es solo para aquellos que buscan una formación integral o especializada de alto nivel y que tienen competencias y habilidades para la búsqueda y producción de conocimiento.

Si somos realistas y queremos preservar una verdadera institución universitaria, debemos empezar por admitir que en el Perú –en las distintas especialidades- no hay profesores de nivel competitivo sino para cuatro o cinco universidades de verdad. Porque precisamente por el “medio pelo” tenemos seguro algunos Doctores y muchos Maestros capaces de encapsular y dictar en power points cursos basados en información de terceros, pero pocos profesores capaces de dictar lo que ellos mismos han investigado. Por vocación y competencia.

Y he aquí una ley que adscribe la educación universitaria a un Ministerio de Educación que –precisamente por el “medio pelo”- ha sido incapaz de plantear soluciones a la educación escolar. Y he aquí una ley que reemplaza las pervertidas instituciones que debían regular el funcionamiento de las universidades por una Superintendencia que se convertirá en una Santa Inquisición universitaria cuyo nihil obstat no podrá eludir la realidad descrita. Que tal vez alcance a alguno o algunos de sus integrantes y organismos ejecutores.

La mejor ley universitaria –en la hora actual- sería mejorar la oferta de la educación superior técnica. Con asociaciones público privadas, por favor. Con independencia de Ministerios de “medio pelo”. Claro que esto supone que quienes legislan conozcan lo que es la educación superior y no se amparen/confíen ellos mismos en cartones.

Por Eduardo Zapata Saldaña