Un hito en la historia judicial peruana

La orden de detención preventiva para los directivos de las empresas constructoras señaladas como probables cómplices de Odebrecht ha marcado un hito en la historia judicial peruana. De nada han valido amistades ni deudas recientes, Lava Jato viene golpeando o rozando la mayor parte de la primer línea de la política latinoamericana. Unos seriamente complicados, otros salpicados con el barro artificial de la duda, en vano intento de los primeros de forzar a los segundos a detener la imparable reacción en cadena.

Tras el asombro, real o fingido, por el grado de corrupción hoy explícito, toca aplaudir el castigo que sobrevenga a la probanza judicial de esa inmoral ilegalidad que implica pagar sobreprecios con la plata de nuestros impuestos, más allá de la pena que pueda causar en alguno que el costo penal arrastre a amigos o conocidos. Un análisis parcial puede mostrar lo que viene ocurriendo, como los primeros efectos tras un intento fallido de crear el entorno político capaz de frenar el imparable tsunami jurídico que venía creciendo desde afuera. Otra mirada parcial podría apuntar las sospechas al hartazgo de estados cuya cultura, moral y drástica legislación nacional marginó a sus empresas de la contratación con nuestros Estado.

Pero más allá de la ilegalidad e inmoralidad en el actuar expuesto, y la necesidad de sancionar, ciertos indicios parecen insinuar un juego estratégico de larga data con un objetivo esencialmente político. Siguiendo el camino del dinero podremos confirmar o negar esta hipótesis, si los hechos no lo hacen antes.

Hay tres grandes actores geográficamente lejanos actuando (independientemente o en pared) en nuestro continente. Y el oportuno descubrimiento de una red de corrupción hemisférica —con comprobado involucramiento de los líderes máximos de su principal herramienta de penetración, el Foro de Sao Paulo—, lleva a preguntarse si la ganancia económica ilícita era el objetivo principal y el soporte al político amigo una herramienta, o si ambos han sido meros instrumentos de un objetivo más ambicioso.

¿Y si una potencia territorialmente lejana, con declarado ánimo expansivo e histórica mirada de largo plazo, descubierta la flaqueza moral, la hubiese abonado sistemáticamente para demoler el establishment político y empresarial con miras a llenar luego los vacíos con sus operadores?

He escuchado prestas críticas a las clases dirigentes (por un mal no exclusivo de ellas, sino transversal a todas las escalas de nuestra sociedad) acompañadas del intento de culpar a nuestra aún frágil democracia representativa y al libre mercado; obviando convenientemente que esa misma corrupción, parida en el Foro de Sao Paulo, caló más profundamente en los países estatistas gobernados por el totalitarismo.

Corresponde al Poder Judicial determinar culpabilidades y establecer sanciones efectivas con prontitud para restablecer la necesaria calma. Toca a los políticos y a todos los ciudadanos demócratas a carta cabal (prensa seria, gremios y academia incluidos) aprestarse a cubrir los vacíos que se abrirán en el liderazgo institucional, antes de que los enemigos de la libertad logren su objetivo de llenarlos para perforar nuestra institucionalidad democrática.

La política es como andar a caballo o en bicicleta: debemos mirar varios metros adelante para no acabar rodando sorpresivamente en el suelo.