Raúl Mendoza Cánepa

Tribunal del Facebook

El imperio de lo políticamente correcto

Tribunal del Facebook
Raúl Mendoza Cánepa
15 de octubre del 2018

 

Una mujer amenaza con saltar desde una cornisa del Sheraton. La gente abajo no solo toma fotos con sus cámaras del celular, incluso la alientan a tirarse. Necesitan material que colocar en sus redes para ser admirados: “tuvieron la fortuna de la coordenada precisa, de estar allí en el momento oportuno”. Nadie trata de atajarla. El escándalo es un sobresalto que sirve para el Facebook, para ser admirados, para ser queridos, para ser legión.

Podrán dar la primicia de las tragedias con un regusto patológico, volverse importantes y hacerla de periodistas. Compartirán la desgracia ajena como se comparte una foto XXX en una fiesta. Un hombre es atropellado y no son los primeros auxilios los que urgen, sino la primera toma. A veces cuesta creer que las redes sociales sirvan para alimentar el morbo, el juicio o el odio de una sociedad enferma. Todos tenemos la camarita presta para capturar los pecados de la gente.

A veces escondemos el aparato espía y fingimos una serenidad beatífica frente al exaltado, que sirve, de paso, para provocar la ira del patán o la patana. Cualquiera es amable con un plan bajo la manga, con una cámara que apunta como una escopeta. “Yo tranquilo te corrijo, casi como el curita de mi parroquia, porque mi mejor golpe es que te estoy filmando, idiota, mientras pisas el palito”. En otras circunstancias y sin cámara, los carajos mutuos hubieran volado como balas del Far West.

Este es el tema. Un taxista de Uber se niega a llevar a una joven hasta el lugar de su destino (¿?) ¿No debió interrogarla antes de que ella abordara el vehículo? ¿Planificaba una venganza simuladamente amable mientras la filmaba con la esperanza de que perdiera los papeles? ¿Nunca se te erizó el pelo frente a la arbitrariedad de un taxista o un cobrador? ¿Tan santos somos? Ninguna violencia se justifica, de acuerdo; pero tampoco el arma homicida que nos sirve para destruir honras en esos veinte segundos en el que todos, absolutamente todos “perdemos de alguna manera los papeles”.

Dice un post: “Bien, ahora la víctima del honorable tribunal del Facebook es una señorita que se molestó porque un taxista que ofrece ese servicio (Uber) no la quiso llevar a donde ella quería. Entonces, como ellos (los feisbukeros) nunca reaccionaron mal, nunca putearon, la quieren linchar. Pero, qué gentita, ¿no? Ciberinmaculados navegantes de la justicia”. Uno de sus comentaristas sigue la línea: “Aquel que nunca puteó a un taxista que tire la primera piedra”.

“Fari-Facebook”, derivado del término “fariseo” (a quien se estimaba por hipócrita, por exhibir su corrección en público mientras se restregaba las mugres en privado),  se ha convertido en plaza de lo “políticamente correcto”, en el reducto de la moral que ya no es reducto (¿es que ya nadie es malo?). Los acusadores legionarios nunca pecaron, nunca transgredieron, jamás levantaron la voz en el tráfico ni se les movió una ceja cuando les llovió carajos y escupitajos desde la otra ventana. Son la luz beatífica que está del lado de los que tienen siempre la razón o la imperturbabilidad, que es ya patrimonio de todos. No gilearon, no golpearon, no insultaron, la cólera nunca calentó sus venas. Con esos pergaminos, la justicia del “honorable tribunal” es infalible, mayoritaria, santa e implacable.

Por tal, mientras más me embarco en las redes sociales y en Internet, en general, más extraño los periódicos impresos (no a todos, desde luego) para volver en mí. Al menos a los que idealizo como espacios para ejercicio pleno del periodismo serio, científico, racional y veraz. Umberto Eco dijo: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a #legionesdeidiotas que antes hablaban solo en el bar, sin dañar a la comunidad. Ellos callaban rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. Y si tienen camaritas o capturas de pantalla, mejor (el añadido es mío). Jueces, fiscales, peritos, detectives, testigos, policías y prensa amarilla, todo en uno, todo a la vez.

 

Raúl Mendoza Cánepa
15 de octubre del 2018

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