Raúl Mendoza Cánepa

Tremendo Bicentenario

No es tiempo de celebraciones, sino de repensar el Perú

Tremendo Bicentenario
Raúl Mendoza Cánepa
06 de febrero del 2017

No es tiempo de celebraciones, sino de repensar el Perú

Por Raúl Mendoza Cánepa

El Perú llegará a sus doscientos años de vida republicana con una clase política derruida por la desconfianza, con un periodismo en cuarentena y con la moral pública al ras. Funcionarios de todo calibre, instituciones, moralizadores, políticos, empresas, todos signados por la sospecha. ¿Bicentenario o Apocalipsis? Sería cauto reenfocar la celebración y tornarla en una transición. Las transiciones son las estaciones planas que suceden a las crisis, ocurren luego de un largo periodo de reflexión.

¿Y sobre qué debemos reflexionar? Primero sobre la corrupción, que es un lastre que nos sigue desde la colonia, un tema clave y que atañe al Estado mercantilista y patrimonialista heredado. A más Estado, más regulaciones para los administrados y más discrecionalidades para los funcionarios; ergo, mayor corrupción. Odebrecht nos mostró la facilidad con la que se pueden cambiar las reglas, tornándolas en lesivas para el Estado y benefactoras para los que contratan con él. Ya vimos cómo el marco legal permitió facilidades a la empresa brasileña. Y desde luego, en bodega amplia el hambriento peca. Si el Estado hubiera sido tan rígido como lo es con los contratos ley, la corrupción encontraría escollos para consolidarse.

Otro ejemplo lo extraemos de las asociaciones público privadas, y más precisamente de la adenda al contrato entre el Consorcio Kuntur Wasi y el Estado para la construcción y concesión del Aeropuerto Internacional de Chinchero. Se perfila un contrato, no se elige necesariamente a la empresa más solvente y experimentada, y finalmente se elabora una adenda que cambia las condiciones en favor de la empresa y en contra del Estado. Al margen de si hubiera procedido o no una nueva licitación o si hubiera habido un lobby impropio, la figura sin el marco legal correcto podría prestarse a dudas, cuando no convertirse en un campo de cultivo para la corrupción.

Destrabar el Estado es necesario, pero hay también algunos pocos espacios institucionales donde lo sensato es lo contrario: dificultar el paso con procedimientos de rigor. En el Perú, los huecos del marco institucional son los que abren paso a que los corruptores aparezcan, se cuelen y creen un mercado paralelo, donde las licitaciones y los concursos se venden al mejor postor.

El Bicentenario nos recibe con lecciones novedosas. Sí, desde luego, somos un país minero, como lo fuimos guanero y pesquero, pero cada boom nos tomó con los pantalones abajo ¿Qué hicimos para que la recurrente “prosperidad falaz” (en términos de Basadre) fuera la locomotora del desarrollo? ¿Qué nos faltó para tornar en sostenible la industria cuando podíamos? ¿Qué prioridad y planificación le dimos a la infraestructura en los momentos de auge? ¿Qué mecanismos de protección y garantía creamos para los cíclicos tiempos de crisis internacional? ¿Nos dimos cuenta de que en la Historia peruana las descentralizaciones coincidieron con tiempos de escasa fecundidad económica nacional y viceversa? ¿Qué hicimos para liquidar el patrimonialismo en el poder? ¿Es realista la Ley de Partidos Políticos? Hay muchas preguntas que los peruanos deberíamos hacernos,. como alguna vez se las hicieron Basadre, Mariátegui, Haya o Víctor Andrés Belaunde en sus propios contextos. Pero, ¿qué espacio institucional tenemos para ese debate?

Lamentablemente hemos perdido el rumbo del diálogo general de las ideas. Nuestros intelectuales se han anclado en el viejo desborde urbano, nuestros periodistas tienen la visión del día, los grandes editoriales son solo ecos de la coyuntura y el Congreso se ha tornado en un poder fiscal. No vendría mal, aunque el tiempo se acorta y el 2021 está en la esquina, un Senado. Quizás un espacio con impacto de creación y cambio institucional, donde se reúnan las más preclaras mentes del país. Que se me excuse por el idealismo y el exceso, pues de lo que se trata no es de una cámara política, sino de pensamiento, debate y decisión. Fácil pensar en un Porras, en un Sánchez, en un Ramírez del Villar, en un Bedoya o en un Haya; en notables juristas, economistas, politólogos e intelectuales calificados que eleven la política por encima de su caudal.

Que el Bicentenario sea un punto de inflexión, un punto que nos lleve desde la concavidad a la convexidad. No es tiempo de celebración, farra, monumentos o regalos. Este es un tiempo que solo debe servir para repensar el Perú.

 
Raúl Mendoza Cánepa
06 de febrero del 2017

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