Erick Flores

Tolerancia, respeto y corrección política

Se busca destruir el pensamiento e imponer una agenda política autoritaria

Tolerancia, respeto y corrección política
Erick Flores
26 de junio del 2018

 

En tiempos dominados por la dictadura de lo políticamente correcto, cualquier cosa que no encaje dentro del establishment cultural y académico resulta una herejía. Y los que nos atrevemos a pensar por cuenta propia somos perseguidos por la inquisición del pensamiento que tiene un único objetivo: callar nuestra voz, despojarnos de nuestra condición de individuos y convertirnos en una insignificante pieza más del colectivo, de la masa, del vulgo. En cada aspecto de nuestras vidas, los sacerdotes de la corrección política buscan establecer un dominio moral que nos impide no solo tomar decisiones sobre nuestra vida, sino eliminar toda forma de pensamiento que escape de los límites que ellos han establecido.

Este fenómeno vil ha trastocado todo lo que conocemos y valoramos como sociedad. El arte ha sido destruido porque el mismo “valor” tiene una paloma de Picasso que una mancha de sangre en la pared; el lenguaje hoy es una vergüenza porque, bajo el cuento de la inclusión, los salvajes dicen sin pena alguna: “todos y todas”, y también: “todes”; la ley es infame porque ya no protege al individuo del poder, sino que lo somete a su capricho; todo se ha arruinado. Y en medio de esta calamidad, el respeto y la tolerancia, valores que antes eran la base de sociedades donde valía la pena vivir, han mutado y ya no significan lo mismo. Las formas se han perdido en medio de una nebulosa niebla de incultura y ordinariez.

El respeto y la tolerancia son valores que formaron parte de la discusión filosófica más antigua y que no merecen ser reducidos a lo que hoy se cree sin que medie ningún ejercicio reflexivo. Antes el respeto uno tenía que ganárselo, uno era respetado en la medida en que tuviera algún valor admirado por la sociedad. Un título universitario, abrir un pequeño negocio, trabajar para mantener a la familia, ganar una beca, publicar un libro, el hábito de la lectura, saber comportarse en sociedad, la elocuencia al hablar en público y un largo etcétera componían la lista de cosas que merecían no solo el respeto, sino también la admiración de las personas. Hoy basta respirar para reclamar “respeto” a los demás, lo que resulta un despropósito porque no entendemos lo que significa el respeto y la diferencia que existe entre este y la tolerancia.

Uno puede tolerar, por ejemplo, que un niño de alguna facultad de ciencias sociales marche por las calles indignado por el 5 de abril, fecha del autogolpe de Fujimori; pero se quede viendo una serie de Netflix el 3 de octubre, fecha del golpe de Estado de Velasco Alvarado. Uno puede tolerar, por ejemplo, que alguien expulse bilis al hablar de Augusto Pinochet y luego se deshaga en elogios cuando habla de Fidel Castro. Uno puede tolerar, por ejemplo, que un grupo de estudiantes de sociología quiera jugar a la revolución y busquen organizar su sociedad comunista con iPhones, redes sociales y wi-fi; siempre y cuando no se metan con la vida, la libertad y la propiedad del resto que no pensamos como ellos. En esto se basa la tolerancia, en admitir la posibilidad de que existan personas que piensan distinto, y tratar de coexistir con ellas sin que medie algún tipo de relación violenta.

Ahora bien, que uno pueda ser tolerante con este tipo de personas no significa —para nada— respetarlas. A un venezolano que ha llegado al Perú, huyendo del salvajismo y la miseria al que ha condenado el socialismo a Venezuela, no se le puede pedir que respete a quienes defienden la tiranía criminal de Maduro. A un cubano que arriesga la vida en una balsa para llegar a Miami no se le puede decir que respete a quienes creen que el socialismo cubano es un paraíso. Uno tiene todo el derecho de no respetar a quienes crea que no merecen respeto, pero lo que sí se debe hacer es tolerarlos.

Entre el respeto y la tolerancia media un gran trecho. Y lo que nos corresponde hacer a los que entendemos la diferencia es librar la batalla en contra de todos aquellos que buscan destruir el pensamiento e imponer una agenda política autoritaria. No olvidemos que, como decía Nietzsche, ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.

 

Erick Flores
26 de junio del 2018

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