Martin Santivañez

Tibieza humalista

Tibieza humalista
Martin Santivañez
02 de mayo del 2014

Crítica a la acción política del gobierno de Ollanta Humala 

Hay una distinción entre la prudentia, propia del espíritu auténticamente político, y la tibieza, un vicio vinculado a la politiquería de turno. Para la Stoa, la prudencia es una virtud de la que dependen la iustitia, la magnitudo o fortaleza y la temperantia. La prudencia, para el político de raza, es siempre una ciencia de la verdad, es sapientia que prevé lo que ha de suceder en el ágora: sapientia providere, ex quo sapientia est appellata prudentia. Un buen político siempre es consciente de la importancia de la prudencia y actúa estoicamente en función a objetivos concretos. Cosa muy distinta pasa, sin embargo, con la timidez propia de los tibios; de aquellos que por el azar o el dinero (dos rostros conocidos de nuestro Jano populista) se colocan en una posición de dominio para desempeñar el rol de Abaddon.

Lo que prima entre la izquierda latinoamericana, y muy especialmente en el humalismo peruano, es la tibieza, no la prudencia. Tibio es el gobierno que teniendo los recursos es incapaz de implementar las reformas que precisa el Estado. Tibio es el gobierno que desperdiciando la coyuntura internacional no logra aplicar una lógica realista de diplomacia económica optando por colocar en puestos de relevancia a ilustres convidados de piedra. Tibio es el gobierno que abandona en la indefensión a los demócratas venezolanos por viejas deudas transformadas en un lastre para toda la República. Las deudas del humalismo son deudas políticas privadas. El Estado peruano no es el garante (nunca debe serlo) de un pacto entre el chavismo y los co-presidentes.

La tibieza es el signo de la debilidad. El fuerte, el que aspira al poder, jamás es tibio. La distancia entre la prudencia y la tibieza es la misma que media entre la audacia y la cobardía. De allí que los autoritarismos de poca monta, los mesianismos de papel, de uno y otro signo, terminen sus cabalgatas iluminadas discurseando tibiamente sobre los problemas internos y externos, sin capacidad de implementación, destruyendo la confianza y desbaratando todo intento regenerador. La tibieza política tiene un alto costo electoral. Esto, que escapa a los encuestólogos de coyuntura, se manifiesta a mediano y largo plazo. El pueblo perdona el error de cálculo, la frivolidad demagógica, la duda técnica concreta, pero no la tibieza. La razón es simple: vivimos en una realidad que necesita reformas urgentes, una realidad que exige transformaciones profundas y líderes con capacidad de decisión.

El humalismo no lidera y ha renunciado a realizar su “gran transformación”. El Presidente ha abdicado las labores de gobierno y confunde labores de campaña política con el ejercicio del poder. La tibieza es la característica esencial de un régimen que abdica del gobierno. Allí donde antes hubo un atisbo de audacia, hoy reina el conformismo plano, y en varios sectores gubernamentales, molicie y fatuidad. La tibieza es un factor de corrupción y declive, un acicate para la mediocridad. Por eso, la performance del Estado nacionalista es ineficiente, la ausencia de objetivos claros y de voluntad política castra todo intento de gobierno. Esta es la realidad del humalismo: Quería escribir historia pero la pluma de este gobierno tibio sólo ha servido para garabatear anécdotas sin solución.

Por Martín Santivañez

Martin Santivañez
02 de mayo del 2014

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