Víctor Andrés Ponce

Sobre “roba pero hace obra”

Sobre  “roba pero hace obra”
Víctor Andrés Ponce
15 de septiembre del 2014

Reflexiones sobre polarización política, democracia y autoritarismo.                                  

El ya famoso “roba pero hace obra”, con que se pretende explicar el tsunami electoral a favor de Luis Castañeda, es una aseveración que ya es un clásico en la democracia post Fujimori.  Lo que encierra la frase no es sino una voluntad de dividir al electorado entre “decentes y corruptos”.

En las tres últimas elecciones nacionales esa afirmación estuvo presente desde los ángulos más disímiles. Entre los ingredientes anti autoritarios que le permitieron a Alejandro Toledo ganar las elecciones estaba la denuncia anticorrupción. El mismo libreto utilizó Ollanta Humala contra Alan García en el 2006, pero las cosas fueron diferentes: la mayoría optó por defender el sistema ante el proyecto bolivariano. En el 2011, Humala también polarizó entre decencia y corrupción y logró imponerse a Keiko Fujimori. Hoy la misma receta fracasa en Lima. Pero es evidente que esa estrategia, táctica, o como se le denomine, estará presente en el 2016.

La voluntad de dividir al electorado entre “honestos y corruptos” es parte del juego electoral, pero los proyectos bolivarianos en América Latina y la izquierda peruana la han convertido en capítulo fundamental de su manual. Sin temor a equivocarnos, la izquierda nacional tiene maestrías en el asunto y, luego de su fracaso con Castañeda, apuntará todas sus cañoneras contra Keiko Fujimori y Alan García, a quienes tratará de convertir en “representaciones de la corrupción”. Así están las cosas hacia el 2016.

Con el presidente regional de Cajamarca, Gregorio Santos, encarcelado por casos de corrupción; con el inminente procesamiento de Alejandro Toledo por el caso Ecoteva, con las denuncias de la Caja Metropolitana, y los destapes municipales que seguro se conocerán después de las elecciones de Lima, ¿la izquierda tendrá margen el 2016 para desarrollar este libreto? Bien difícil.

Sin embargo, deberíamos reflexionar a fondo sobre la validez de estas polarizaciones en las sociedades abiertas. Uno de los principios sobre los cuales se levanta la arquitectura democrática es la imperfección de los hombres. A diferencia del mundo sagrado de las religiones, la política democrática es la práctica de profanos, con intereses claros y definidos. De allí que el imperativo democrático de controlar el poder es la única manera de evitar al tirano. Y en democracia, la única manera de controlar el poder en libertad es con la Constitución y la ley. Es la ley la que identifica al corrupto  mediante los tipos penales, nadie más.

En una sociedad abierta, delincuente es el que transgrede la ley penal. Punto. No hay otra. Cualquier otra calificación corresponde a los ámbitos privados, y el único ámbito que interesa en democracia es el público, es decir, la ley. El intento de establecer polarizaciones entre “decentes y corruptos” al margen de la ley, ya sea por propaganda o cualquier otro interés, convierte a la política en un campo de batalla donde se busca decapitar al rival. El problema es que en esas guerras y enconos siempre se fermenta el autoritarismo: allí están los proyectos bolivarianos, maestros de la polarización entre decentes y corruptos al margen de la ley.

Muchas veces, sin ser demasiado conscientes, nos convertimos en los artífices de los monstruos que se terminan tragando las libertades. ¿Cómo van a existir pactos y acuerdos políticos entre “decentes y corruptos”? Es imposible. Es hora de reflexionar. Las instituciones y la política siguen emponzoñadas y por los suelos por una polarización que no se detiene.

Por Víctor Andrés Ponce
(15-set-2014)  

Víctor Andrés Ponce
15 de septiembre del 2014

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