Manuel Bernales Alvarado

Sin visa y sin sueño

El drama de los migrantes centroamericanos

Sin visa y sin sueño
Manuel Bernales Alvarado
23 de octubre del 2018

 

Al recibir la primera noticia de la peregrinación al capitalismo estadounidense de miles de hondureños—y luego de otras personas del Triángulo Norte: El Salvador, Guatemala y Honduras— recordé viejas ilustraciones de la primera Cruzada liderada por Pedro el Ermitaño: miles de pobres, simples, al decir de Umberto Eco, peregrinando hacia la “reconquista” de Jerusalén.

Antes de 1821, año de la independencia de México y las Provincias Centroamericanas, hubo migraciones forzadas: de aborígenes caribeños e istmeños esclavizados y diezmados por los españoles en trabajos forzados y como carne de cañón en la conquista que avanzaba hacia el Tawantinsuyo. También hubo migraciones de esclavos negros bien estudiada en el Brasil, en universidades y en la UNESCO. La parte del Río de la Plata es discretamente mencionada por las historias del Uruguay y de la Argentina. La ruta del Esclavo del Pacífico, y lo que concierne al Virreinato de Nueva Castilla, debe aún investigarse y divulgarse los resultados.

En la República las “migraciones” internacionales relevantes han sido la ocupación de los territorios de los Estados Unidos Mexicanos por sus vecinos del norte, que se quedaron con más territorio que el conservado por México; la pérdida de territorios enormes del Perú en favor del Brasil merced a bandeirantes y diplomáticos; y del Paraguay, cuya población fue diezmada por la guerra de la Alianza, Brasil, Argentina y Uruguay. Los ocupantes chilenos, trabajadores y comerciantes, de territorios de Bolivia y el Perú fueron uno de los pretextos de la Guerra de Chile contra sus vecinos.

Panamá, Costa Rica y Belice, que muchos ni mencionan, no tienen problemas de emigración equiparables a los existentes desde Nicaragua hasta México. República Dominicana y Haití siguen siendo, por razones obvias, diferentes a Cuba, los Estados cuyos ciudadanos migran de manera importante a los Estados Unidos de América. Puerto Rico, que resiste la colonización, es un Estado Libre Asociado de los EE.UU.; por tanto, no se incluye en el recuento. Todo el continente es hijo de la migración.

El ciclo económico de los setenta a los noventa se acompañó con retorno a la democracia representativa en que se inician los procesos de paz en Nicaragua, El Salvador y Guatemala; también la cooperación entre ellos, sumando a Honduras, Belice, Costa Ricas y Panamá, más los EE.UU. y los países de la Unión Europea. La guerra en América Central, (inseparable de la Guerra Fría y Cuba), en varios teatros operacionales estatales e interestatales, con intervención estadounidense y cubana, y también de la Unión Soviética y la Argentina, aunque ya no se recuerde, intensificó la propensión a migrar y el resultante flujo migratorio hacia los EE.UU. Los nicaragüenses van casi a la par hacia Costa Rica.

Buena parte de esa emigración forzada, terrible, fue de jóvenes que nacieron y crecieron en una cultura de guerra. Estos migrantes tenían habilidades de combatientes guerrilleros o de soldados, y también de policías. Esas personas pobres, principalmente salvadoreñas, se adaptaron y sobrevivieron fuera de la ley. Por eso aparecen las maras, simbiosis de pandillas nativas de los EE.UU. con mexicanos, salvadoreños y hondureños, principalmente. Su fuente de “trabajo” es el narcotráfico y otras ilegalidades. La respuesta fue la guerra contra las drogas en varias etapas. El resultado, como dijo Rubén Aguilar Valenzuela en un libro exitosísimo, La guerra fallida contra el narco.

Llegados a los años del 2000, y hasta el presente, las tendencias a emigrar hacia los EE.UU. se han mantenido. Bajó un poco el número de ilegales y aumentaron los deportados. El tráfico de personas y las peores bandas criminales son dueñas de la ruta hacia el sueño americano para salir de la pesadilla nativa, en las que pierden la humanidad, la vida, el potencial de personas. No obstante, salen adelante en su lugar de destino y son un ejemplo para propios y extraños.

Ahora, en la frontera amurallada y con amenaza policial y militar del presidente estadounidense, los esperan la prensa, que ya acompaña su vía crucis, junto con la solidaridad, espontánea, especialmente de sus iguales, los pobres por donde pasan y de las iglesias católica y cristianas de las que son creyentes y fieles en gran mayoría. Si hay manipuladores políticos habría que reconocer que son más eficientes que los gobiernos. Cuando esto escribo se notifica que ¡hay como 7,000 y que cerca de 3,000 que han regresado a Honduras!

La causa principal ya se sabe: subdesarrollo, miseria y desigualdad creciente, a la par que pésimos paradigmas de conducta empresarial y política. La respuesta también se evidencia: pésimas acciones policiales y no otras mejores de prevención, bajo el concepto de seguridad humana. Nadie ha invocado la “Convención internacional de protección a los trabajadores migrantes y sus familias” vigente en todos esos países y en el Perú, excepto en el de destino. Hay otras convenciones o tratados internacionales aplicables a la situación de esas poblaciones de enorme vulnerabilidad y desamparo.

La causa inicial es la desprotección interna y la ausencia de canales institucionales para lograr satisfacer necesidades básicas, elementales, de bienestar, seguridad, paz y tranquilidad. También la corrupción pública, privada y mixta, de empresarios, políticos y funcionarios civiles, policías y militares. Así lo documentan importantes centros de investigación de los EE.UU., México y países del Triángulo Norte. También periódicos —destacadamente El Faro, salvadoreño—, organizaciones no gubernamentales, Comisiones Episcopales, la Unión Europea, la OEA y la ONU.

Hasta hoy la migración que nos impacta es la venezolana, que de seguro va a continuar. Porque si se habla de estados fallidos, refiriéndose a los pequeños de Meso América, es evidente que hay una economía en quiebra y una dictadura armada que reprime e impele a emigrar a miles de venezolanos.

Tanto los estados del norte como el nuestro no han sido capaces de adelantarse a megatendencias, como las migratorias que estudiamos con autores como Alfred Sauvy y demógrafos entre los años cincuenta y sesenta. El estudio de las rutas del genoma humano, de nosotros, los homínidos, que National Geographic ha ilustrado tan bellamente hace años, subraya el hecho de que por angas o mangas somos migrantes. Pueblos del África regresan a Europa mediterránea en indetenibles olas que desafían las capacidades comunitarias y nacionales, hoy tensadas por el renacimiento de las derechas y aún de nazis y fascistas. También en México.

¡Nuestras migraciones internas de comunidades y pueblos andinos y amazónicos nos han hecho lo que somos hoy! Es hora de que construyamos una política de Estado en migraciones. En los EE.UU. el aporte hispano es mucho más importante que los aspectos negativos que tanto se citan, con clara xenofobia. ¿Los votantes estadounidenses beneficiados por nuevos empleos inducidos por su Gobierno votarán con valores de solidaridad o de seguridad frente a los nuevos competidores?

 

Manuel Bernales Alvarado
23 de octubre del 2018

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