Seguridad y defensa

Se necesita autoridades con liderazgo verdadero y preocupadas por la ciudadanía

Es suicida que un partido como Peruanos por el Kambio, minoritario en el próximo Congreso, comience a lanzar excremento contra su contendor. Esto a partir de las denuncias hechas seguramente por paracaidistas con vista al Golf, advenedizos al mundo político, palomillas de balcón que creen que abrir el desagüe es ser político duro. Flaco favor le hacen a su líder, pues si —como ellos anhelan— llegase a ganar, con campañas de este tipo le están cerrando todas las puertas que necesitaría tener abiertas.

El Tribunal de Ética de la Prensa Peruana debiera manifestarse sobre lo afirmado irresponsablemente en Cuarto Poder. La vocera de la DEA, Anne-Judith Lambert, ante Associated Press ha aclarado que nunca han declarado que Keiko Fujimori o Joaquín Ramírez estén siendo investigados. La mala intención es evidente, pues el personal de la DEA nunca hace declaraciones acerca de investigaciones en curso. Seguramente lo próximo será un remake chapucero del spot antishock utilizado contra Vargas Llosa en 1990.

Entretanto, el gobierno de Humala flota al garete. El hampa ya se percató y sus ataques en Lima han arreciado, tanto en frecuencia como en violencia, motivando que se desempolven las viejas e inútiles medidas efectistas, que tanto gustaban al ministro payasito. Batidas inopinadas por doquier (que solo sirven para conocer “el cariño” del conductor ampayado en falta), amenazas de Estado de Emergencia en pleno periodo electoral y movimientos anunciados de efectivos hacia Lima, para que los delincuentes sepan donde es mejor golpear.

La problemática contemporánea de la seguridad no puede entenderse utilizando viejas categorías ni se puede combatir con éxito solo aumentando penas ni usando recetas inservibles como las descritas. No sirve concentrarse principalmente en hacer estudios. Ningún enfermo ha sanado porque le pongan el termómetro.

Las características transnacionales de la amenaza, la imitación alimentada por el acceso a la información, la facilidad de comunicarse sin ser detectados, y las sinergias entre los objetivos delincuenciales puros, los objetivos políticos ansiosos de expansión y las formas violentas de fanatismo religioso hacen imprescindible revisar las fronteras tradicionales entre seguridad y defensa. También obligan a un gobierno con liderazgo verdadero y realmente preocupado por su ciudadanía a rediseñar sus concepciones jurídicas, las fronteras entre sus agencias y los roles de cada una, para delimitarlas y construir una interoperabilidad en función a la amenaza y no a la tradición.

Para recuperar la tranquilidad perdida, para poder volver con razonable seguridad y sin temor a ser víctimas planificadas o laterales de la delincuencia, los peruanos necesitamos que nuestro próximo gobernante ejerza liderazgo real y eche a andar una reforma profunda en la forma como interactúan la Policía y los demás operadores de justicia (Ministerio Público, Poder Judicial e INPE), y también en la interacción entre estos, las Fuerzas Armada y las agencias de inteligencia estatal. Hace falta una dirección unificada, bien informada, con capacidad de análisis predictivo, que asuma el planeamiento estratégico de los escenarios probables, y capaz de anticipar las medidas y políticas necesarias.

Es imprescindible además incorporar en ese esfuerzo a los ciudadanos honestos, de manera individual u organizados. Algunos los ven como parte del problema, cuando en realidad son las víctimas. Ellos podrían sumarse a las fuerzas auxiliares como serenos y vigilantes privados, cuyas capacidades de detección y alerta temprana (sumada a la experiencia global de la seguridad privada) son a menudo ninguneadas por celo infundado.

Solo así recobraremos la tranquilidad cotidiana que hoy nos es esquiva.

Dardo López-Dolz