Horacio Gago

¿Se agotó el modelo?

Agotado no está. Más bien incompleto y algo cansado

¿Se agotó el modelo?
Horacio Gago
08 de febrero del 2018

 

¿Se agotó el modelo? Ideológicamente sí. El neoliberalismo como ideología siempre fue indefendible. Solo un fanático puede creer que la persona humana actúa y decide racionalmente todo el tiempo (tal como se sostiene en ese ámbito ideológico), y que en esa medida nadie debe (mucho menos el Estado) subsidiarla, imponerle cosas, coartarle libertades ni decirle cómo actuar. Según el fanático neoliberal, los productores paperos de Huánuco, Pasco y Junín son los únicos responsables de lo que les pasa porque decidieron incorrectamente al sembrar más papa de la que requiere el mercado. Que se vayan a llorar al parque y no pidan rescate alguno.

Resulta paradójico que en 2008 los grandes banqueros fueran corriendo a donde papá Gobierno a pedir su propio rescate y que este se los concediera. O sea, cuando la embarran esos engominados banqueros de cuello y corbata, el rescate sí vale; pero cuando los productores de papa calculan mal su siembra, entonces hay que pegar el grito en el cielo y cerrar la billetera. Eso, por ejemplo, es tan incoherente como patético.

Felizmente ninguna ideología debe predominar cuando se maneja una economía. Ni la marxista ni la neoliberal. El modelo de fomento de libertades, generación de capacidades y de Estado subsidiario, fundado en los años noventa no está agotado. Falta mucho para ello. Recordemos por un momento lo que el Consenso de Washington trajo de positivo al Perú. En 1990 el país era un paria financiero, su economía inelegible y de valor deteriorado. Peor no lo pudo haber hecho la gavilla de fanáticos encabezada por Daniel Carbonetto, Gustavo Saberbein y César Vásquez Bazán, afiebrados ministros y asesores del irresponsable presidente de entonces, Alan García, verdadero culpable de sumir al país en esa miasma. El Perú no tenía ni para el té y, para colmo de desgracias, las bombas de Sendero Luminoso estallaban día y noche. Rescatar al país fue una verdadera y titánica tarea patriótica.

En esos años se vivía bajo el mencionado Consenso de Washington, una denominación dada al conjunto de reformas que el sistema financiero internacional —Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Organización Mundial del Comercio— impulsaban y a veces exigían a los países que no habían logrado reformar sus economías ni superar el modelo anterior, cerrado, estatista, interventor. El país tenía decenas de empresas estatales dedicadas a intervenir en la economía con la mayor de las ineficiencias. No era regulador; ese modelo era interventor, una cosa muy distinta. No velaba por la lealtad en el juego del mercado, sino que lo reemplazaba.

Se tuvo que reformar muchas cosas. Se vendieron las empresas ineficientes (a excepción de Petroperú, el Petrobrás de los militares de los años 1970), se hizo algo de caja y se firmaron acuerdos razonables para pagar la deuda externa. Se adelgazó el Estado y se le prohibió realizar actividad empresarial. Se tuvo que firmar contratos y leyes para atraer inversionistas, y la economía empezó a reaccionar. Se formalizó la propiedad para un millón de familias que vivían en la informalidad, se creó Indecopi y después las otras reguladoras. Fueron tiempos en los que organismos estatales como Cofopri y el mencionado Indecopi se convirtieron en instituciones magníficas. También la Sunarp. El país volvió a ver el futuro con ilusión. Lamentablemente, la mafia montesinista sujetó a las Fuerzas Armadas y pactó con el narcotráfico, envileciendo la política.

El modelo debe corregirse, y mucho, para volver a darle mística al Estado y emprender las reformas de segunda y tercera generación. Pero no sustituirlo, porque agotado no está. Más bien diría que está incompleto y algo cansado.

 

Horacio Gago
08 de febrero del 2018

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