Manuel Gago

Se acabó el recreo

Se acabó el recreo
Manuel Gago
11 de abril del 2016

Plantear nuevos objetivos sin salirse de la línea trazada

Los resultados hasta ahora vistos de las recientes elecciones revelan el comportamiento responsable del elector peruano. En 2011, gran parte de los votantes fueron embaucados con un gas barato que nunca llegó y por el estribillo “agua sí, oro no”, que frenó las inversiones extractivas y la economía nacional. El elector ya sabe que las palabras bien articuladas no son suficientes para ganarse la aprobación de una mayoría engañada en cada elección con seguidillas de promesas absurdas y hasta tontas. Hoy, el elector mira a Verónika Mendoza y la reconoce como la versión 2016 de Ollanta Humala, un presidente sin resultados encomiables, liderazgo ni iniciativas memorables

Los nervios no tienen por qué seguir crispados. Si alguna duda existiera —de las encuestadoras y de la ONPE— se puede hacer una sencilla suma de factores, simples matemáticas para apaciguar los miedos. De las cifras entajes hasta ahora conocidas, sumando los porcentajes obtenidos por Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski, el resultado sobrepasa ampliamente el 50% más uno necesarios para ganar la Presidencia de la República. ¿De qué, entonces, se alegraron Verónika Mendoza y partidarios, inmediatamente después de conocerse los resultados “a boca de urna” publicados por los medios?

Se acabó el temor a un nuevo gobierno anunciando cambios de constitución y de modelo económico, como proponían las candidaturas de la izquierda radical, de Gregorio Santos y de Vladimir Cerrón, los también mayores perdedores de esta contienda electoral.

La existencia de un 70% de informalidad peruana nos demuestra que somos un país poblado de emprendedores libres y esforzados, sobreviviendo al margen de la legalidad. El sistema financiero no existe para ellos, pues sus “recurseos” se financian con las llamadas “juntas” que les permiten resistir solos, sin el apoyo de nadie; con el Estado y las instituciones convertidos en enemigos del ingenio y del vigor popular, con tantas normas que obstaculizan todo. El libre albedrío de todas esas fortalezas, todavía ninguneadas, detiene cualquier discurso controlista que intenta impedir el desenvolvimiento de tantas almas vigorosas.

La dicotomía de las elecciones nacionales ya no se repetirá en la segunda vuelta: ya no se decide entre avanzar y retroceder, entre la promesa demagógica y la realidad hiriente, entre mirar el primer mundo y asumir patriotismos de miseria y esclavitud. El susto se acabó, no van las ideas estatistas, del Estado empresario controlando todo ni del autoritarismo reprimiendo las libertades económicas, políticas e individuales. En la segunda vuelta se decide quién será capaz de devolver las esperanzas y de resolver las necesidades más urgentes; quién con mayor experiencia, conocimiento, sabiduría, liderazgo, determinación y dispuesto a servir puede convertirse en primera autoridad dirigiendo, indicando y recorriendo los caminos que más convienen.

Todo está dicho, los votos están siendo escrutados y el reciente mapa político se expone en porcentajes fríos. Los cebos de culebra quedan en los escaparates herrumbrosos de la primera vuelta. Es hora de plantear objetivos sin palabreos y sin salirse de la línea trazada. Hora de explicar cómo resolver los problemas de delincuencia, informalidad y exceso de normas; cómo reducir la pobreza y mejorar las relaciones con las comunidades donde quedaron estancadas los proyectos mineros; cómo construir más plantas de tratamiento de agua, redes de tuberías y más infraestructura productiva; cómo erradicar la basura acumulada en todos los rincones del país y, sobre todo, cómo hacer más confiables las instituciones nacionales.

Se acabó el recreo.

Manuel Gago

 
Manuel Gago
11 de abril del 2016

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