Luis Cáceres Álvarez

Rock y Literatura

Rock y Literatura
Luis Cáceres Álvarez
14 de octubre del 2016

2016, año en que se le da un Nobel a la poesía en forma de canción

Bob Dylan (Minnesota, USA, 1941), cantautor de lengua inglesa, recibió ayer la mayor distinción para el mundo literario, y la pradera de la social media se encendió. Mr. Tambourine Man es ahora alabado por muchos, pero también criticado por otros. La discusión es larga y profunda. Se esperaba que el Premio Nobel de Literatura 2016 llegara a manos del escritor japonés Haruki Murakami o el poeta sirio Adonis. Pero los puristas están indignados: “¿a un músico?”, “se está prostituyendo lo literario”, “la posmodernidad admite todo”. Crónicas cantadas, historias de coro a coro, de verso a verso. ¿No deberían celebrarlo todos? Los tiempos cambian. Y ahora esa es una verdad oficial.​ La literatura también pertenece a los bardos. 

La Academia Sueca quiere que viajemos al tiempo de los juglares (intérpretes) y trovadores (autores) —quienes fusionaban con solvencia las palabras y las melodías— para escuchar, ver y leer a Bob Dylan. Según el crítico literario Víctor Vich, se ha reconocido “al origen arcaico de la poesía, ese momento donde ella y las artes estaban todas mezcladas unas con otras”. Y también que “lo literario es algo que, por principio, siempre se sale de su lugar”. De este modo, llega a ser el ahora llamado “maestro de la literatura del rock” la única persona en el mundo con un Nobel, un Oscar (2000), un Premio Príncipe de Asturias (2007) y el Pulitzer (2008), “por su aportación a la música y cultura americanas”.

Pero recordemos que la entrega del Nobel es un acto político. No solo porque se rumoreaba y apostaba también que ganaría un norteamericano —Philip Roth, con valores y pensamientos contrarios a los de Donald Trump, el candidato republicano—, sino porque la Academia Sueca quiere desvincularse de los sectores conservadores. Por ejemplo, hace un año el galardón fue entregado a una mujer de una región donde la libertad está en controversia constante: la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, una periodista que denuncia errores y horrores enormes, y también una recopiladora de muchísimos testimonios de personas enlazadas a hechos históricos. De esta manera, el premio sirvió para introducirnos en el arduo trabajo de una forma narrativa que antes no era muy valorada literariamente: la crónica periodística, la hoy llamada no-ficción.

Tarántula (1971) y Crónicas. Volumen 1 (2004) son las dos obras literarias del “artista del trapecio”. El primero es su único libro de ficción, que desarrolla textos en prosa y versos contestatarios, influenciados por los poetas beat y el surrealismo francés, y en los que los personajes extraños abundan. Mientras que la otra publicación cuenta que ha sucedido en su vida para que haya ciertas decisones: un gozo por la historia musical de su país y una invitación a escuchar folk.

En la actualidad, los lugares gobernados por esos géneros musicales —a veces lentos, a veces rápidos, caracterizados por el rasgueo de las guitarras y el retumbar de los decibeles desde distintos amplificadores— permiten conocer sus canciones, como las de los otros fundadores, convirtiéndose en un nexo con las décadas pasadas. Dylan es una vez más el centro musical que irradia “fuerza de tradición” por tener el folk y el country estadounidense como base principal. Aunque el dinamismo social le ha hecho reinventarse varias veces con el pasar de los años. 

Futuros autores, lectores u oyentes deben celebrar su arte y evitar las amargas discusiones. Ahora, detalles importantes son que la unión entre el rock y la literatura crece, separando los tabús que carga el primero, para que la sociedad se nutra de una creación artística y así presentar de manera crítica sus frutos. Como también, lo literario resalta por los repentinos cambios entre géneros y subgéneros. Tal diversidad, difícilmente, se puede abarcar en una definición ortodoxa. ¿La riqueza de la vida? 

Por: Luis Cáceres Álvarez

Luis Cáceres Álvarez
14 de octubre del 2016

COMENTARIOS