Dante Bobadilla

Regúlame

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Dante Bobadilla
22 de junio del 2017

La gente prefiere delegar sus responsabilidades al Estado

Una vez más la histeria se apodera de políticos y medios para combatir lo que llaman “el abuso de la empresa privada”, disfrazándose ahora como “defensores de la salud”. Una pose con la que emprenden las cruzadas más delirantes en estos días.

Leo el artículo de Yonhy Lescano publicado hoy, y me avergüenza que alguien con tal nivel sea congresista. Es uno de los más furiosos enemigos de la empresa privada. Hoy la emprende contra Gloria hablando de cosas que no sabe, pero tiene un largo historial combatiendo empresas como las AFP, Telefónica y Lan Perú, entre otras que han sido objeto de su demagogia e ignorancia maliciosa. Y este es el tipo de sujetos que lideran la actual histeria regulatoria alimentaria.

Revisemos este circo alarmista. Nada emprenden los demagogos sin antes provocar miedo o alarma en la población, a base de mentiras y medias verdades. La clave es asustar a la gente primero, luego recurren a falacias como “lo dice la OMS”, como si fuera Dios, o “en otros países también hay”. No dudo que haya tontos en todos lados, pero eso no es razón para copiar lo que hacen. En cuanto a la OMS, sus tablas no son los Diez Mandamientos, sino referencias. No se pueden tomar como si fueran reglas universales para toda la humanidad. Tal cosa no existe.

Un ejemplo simple. Mi consumo de café es demasiado para la gran mayoría de personas, sin ninguna duda, incluso para alguna tabla de la OMS si hubiera. Pero eso no es mi problema. Yo vivo muy bien así. Los límites de tolerancia varían en cada organismo, etnia, cultura y ecosistema. Los organismos tienen la capacidad de adaptarse y de autorregularse de acuerdo a la ingesta alimentaria habitual, o de lo contrario nos hubiéramos extinguido hace miles de años. Si algo no le cae bien a uno, lo sabrá de inmediato y tendrá que variar su conducta alimentaria o se morirá. Así de simple. No hay parámetros universales estandarizados de tolerancia a sustancias y dosis aplicables a todo el mundo por igual. Pero es lo que han entendido.

Basta que las etiquetas indiquen el producto y sus componentes con medidas. Eso ya existe y es suficiente. El resto depende de cada uno. Pero los demagogos quieren más, siempre quieren más. Pretenden tomar ciertas tablas como las Tablas de Dios. “Allá dice 100 y acá le han puesto 300” alegan. Ni lo uno ni lo otro son ciertos. Son solo referencias. Esos etiquetados alarmistas no ayudan mucho a la salud de nadie en particular. Lo mejor sería educar a los estudiantes, en lugar de asustar a la gente con etiquetas alarmistas en el supermercado. Los demagogos pretenden que los consumidores asuman conductas responsables y científicas, cuando ni ellos mismos entienden lo que hacen.

Desde que tuve uso de razón vi a mi abuela fumar. Fumó hasta los 80 y murió a los 98 de un paro cardiaco. Su consumo de tabaco a lo largo de décadas no le afectó nada. Nunca tuvo cáncer ni problema pulmonar relevante. Así que esa famosa correlación entre el tabaco y el cáncer de pulmón es también relativa, no directamente de causa-efecto. Las correlaciones establecen un riesgo mayor, pero siempre hablamos de riesgo.

Con tanta histeria de la salud la gente ya se olvidó de vivir. Ya no comen para disfrutar un buen plato, sino para “nutrirse”. Ya no compran las cosas porque son deliciosas, sino por ser nutritivas. Ya no eligen los productos por su sabor, sino porque tienen omega 3 o porque no tienen preservantes. Es una vida triste y limitada. Y no creo que los políticos demagogos anti empresa tengan derecho a inducir a todos a una vida limitada y en permanente histeria alimentaria. Prefiero morir feliz que vivir en una permanente crisis mental, obsesionado por la buena salud y nutrición.

Hasta es ridículo discutir estas cosas acá, como si fuéramos un país industrializado, y como si no tuviéramos problemas más básicos e importantes que resolver primero. Acá la gente compra verduras frescas. No compran el ajo en frasco, sino el bulbo. Por eso mismo el reglamento se aplica apenas al 10% de alimentos. Los mayores problemas de obesidad y nutrición se deben a las pésimas costumbres alimenticias de los peruanos y no a los productos industrializados. Somos víctimas de políticos ignorantes y demagogos enemigos de la empresa privada, que tienen acogida en una sociedad decadente, donde la gente prefiere abandonar su responsabilidad individual para confiar en la regulación del Estado. Eso es lamentable.

Dante Bobadilla

Dante Bobadilla
22 de junio del 2017

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