Martin Santivañez

Regeneración

Regeneración
Martin Santivañez
20 de febrero del 2015

La crisis moral es real, rampante y determina el rumbo de nuestra política. 

La crisis que denunció Víctor Andrés Belaunde en 1914 se ha profundizado extendiendo sus raíces. La crisis ha ampliado sus ramificaciones a toda la sociedad peruana. Estamos hablando, más que de una crisis institucional de “reglas de juego”, según la terminología simplista del materialismo contemporáneo, de una verdadera crisis moral, ética, una crisis de valores que fundamenta lo que sucede en la superficie de la política y la economía nacional. 

La crisis moral del país es la base de la crisis institucional de nuestra esfera pública. La calidad de nuestro liderazgo y la propia implementación de las políticas públicas tienen que ver con el trasfondo ético-valorativo de nuestra sociedad. La crisis es real, rampante y determina el rumbo de nuestra política. Así, los males denunciados hace más de cien años por la generación del novecientos, no solo continúan presentes, sino que se han agudizado. 

Esta crisis moral es el origen auténtico de nuestro diletantismo político. Solo esta crisis ética explica la continua adhesión de nuestra sociedad a las sucesivas utopías autoritarias y/o modernizadoras que se presentan de forma regular en el escenario de nuestra política. El surgimiento de los outsiders y la volatilidad de nuestro electorado son signos visibles de un creciente relativismo. 

La corrupción sistémica, la destrucción de los códigos de conducta y la ausencia de un control efectivo son consecuencia de los fallos en la dimensión ética. Un país en el que las raíces de la corrupción se han endurecido produce paradojas institucionales y problemas de gobernabilidad. Un país en el que los valores son postergados genera un Estado corrupto, un Leviatán pseudo-imparcial que sobrevive sin proyecto, sin estrategia y sin convicción, salvo para medrar. 

La solución a la crisis moral no pasa solamente por el diseño de instituciones acordes a nuestra realidad. La crisis es humana y por tanto reclama un remedio personal. Los seres humanos somos nomóforos, portadores de normas, de valores, y la regeneración es, ante todo, un evento personalísimo, una metanoia política que se proyecta sobre el bien común. Las crisis del mundo son crisis de liderazgo tanto como de instituciones. Me atrevo a sostener que es más importante la calidad del liderazgo, las cualidades personales, que el diseño institucional. 

Por eso, la regeneración es, ante todo, personal, valorativa, de liderazgo, e implica más que una renovación generacional, una auténtica conversión política. Así, la política de la regeneración es una política de mujeres y hombres dispuestos a interpretar la realidad asumiendo que una variable fundamental para comprender nuestros problemas pasa por nosotros mismos y por esa sedicente cobardía que impide actuar en política a los que se sienten asqueados por ella. Influir sobre la esfera pública fue, para los novecentistas, una necesidad moral. He aquí la base de todo patriotismo reformista. El estado de nuestra política, la situación actual de lo público tiene un trasfondo valorativo. No hay, por tanto, regeneración democrática sin política de valores. La metanoia tiene una dimensión pública y solo así es posible pasar del pensamiento a la acción. 

Por Martín Santiváñez Vivanco
20 - Feb - 2015  

Martin Santivañez
20 de febrero del 2015

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