Raúl Mendoza Cánepa

Quiero ser congresista

Quiero ser congresista
Raúl Mendoza Cánepa
19 de septiembre del 2016

Sin compromiso, misión ni naturaleza política  

El título no se refiere a las inquietudes de este autor, sino al comportamiento de muchos para lograr un escaño a cualquier costo, incluso renunciando a los propios principios y utilizando a los partidos políticos como buses VIP. Tengo un nombre, tiento una reunión con un partido de una ideología de centro, pero no llego a un acuerdo. Procuro reunirme con los dirigentes de un partido conservador y por alguna razón estos me admiten y postulo. El voto preferencial me da la opción de dejar atrás a los que no tienen un nombre y vivirán por siempre mordiéndose la cola. Porque en el Perú para ser importante, primero hay que ser importante.

Me siento incómodo en el nuevo partido, pues la disciplina me resulta irrelevante. Después de todo no soy un político, sino un ciudadano común elegido por la gente. Me alteran, me alieno, acuso, me renuncian, renuncio y voy tras la opción partidaria más afín. Después de todo yo financié mi escaño, es mío; lo he privatizado porque no me lo concedió el partido, sino el elector a través de su voto. Piña, chau. Es la política.

¿Reelegirme? Tantear posibilidades con otros partidos, reuniones antes de la selección, cafecitos con la dirigencia de aquí y acullá. ¿Ideario? Es la postmodernidad de los microrrelatos ¿Quién es Lyotard? ¿Metarrelatos? Las teorías son para los filósofos y las ideologías para los adalides del paleolítico. La política es práctica; es Sun Tzu, Maquiavelo, el cafecito con la dirigencia, el financista, la casa de playa, el apartamento en San Isidro. Quiero ser congresista y para tal fin poco importa el verde, el azul o el rojo, ilusiones de un espectro que en política importa poco. Bien decía Den Xiaoping: “No importa de qué color sea el gato con tal que cace ratones”.

Este no es el mío, pero puede ser el pensamiento común de un político sin madera, de un recién llegado a estas canchas. O del alfil de un partido no institucionalizado, de un partido irreal; de esos que se fundan para una elección, que alquilan por corto plazo un taller o una casa para la campaña, que se apagan entre elección y elección, que no tienen militancia real ni compromiso. Retazos de múltiples visiones que se juntan para llegar al Congreso. El voto preferencial torna a los partidos en un campo fratricida porque el amigo es mi enemigo, si de una curul se trata; y si de una curul se trata, mal importan las ideas y las lealtades. La política es un asunto de sobrevivencia. Perdón, sobrevive el obrero o el desempleado. La política es un tema de buena calidad de la existencia, de grandes ingresos, de auto con chofer, de prevalencia social, de poder.

Hago mis cálculos, porque nada inquieta más a un congresista en un partido precario que la posibilidad de fallar en la previsión de la futura elección. Veo las encuestas, mido la consistencia del liderazgo del candidato presidencial. ¿Ganará? ¿Tiene pasta para resistir? ¿Tiene bases provincianas? Me proveo de los contactos ¿Transfuguismo? ¿No que era una antigualla de los tiempos de Montesinos? No me vengan, que aquí el que decide es el elector. ¿Compromiso? ¿Alineación? ¿Modernidad líquida? ¿Quién es Zygmunt Bauman? ¿Ideas?

La democracia interna no me preocupa. El voto preferencial la destruye por completo, altera el orden, es una formalidad. La ideología fluye, cambia, muda según el cálculo de probabilidades. Me agencio del dinero y la hago de nuevo. Reelección.

Quizás la parodia de lo que es “un congresista sin compromiso, sin misión, sin naturaleza política”, le resulte familiar; quizás sea una hipérbole y toque solo a algunos. Sin embargo, debe servir para reparar en la importancia de la institucionalización de los partidos, en la formación de cuadros, en la internalización de una doctrina cohesionadora, en la claridad de ideas en el colectivo. La importancia de una visión y misión de futuro dentro de una institución partidaria que nos abre las puertas para hacer política en serio. Esto es política al servicio de la gente y no de los medios propios: un auténtico apostolado ¿Será posible?

Raúl Mendoza Cánepa

 
Raúl Mendoza Cánepa
19 de septiembre del 2016

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