José Ignacio Tola

¡Que viva la verdadera familia!

No hay distintas “formas de familia”, sino una que a veces no se puede realizar

¡Que viva la verdadera familia!
José Ignacio Tola
10 de mayo del 2018

 

En un pequeño artículo publicado en el diario El Comercio, titulado “¡Vivan (todas) las familias!”, el congresista Alberto de Belaunde se refiere a los que se suelen autodenominar “profamilia” y, con tono bastante condescendiente, señala como algo curioso o extraño el que estos grupos utilicen dicho título de manera excluyente; es decir con el fin de “negar la existencia de diversos tipos de familia”.

No se comprende, sin embargo, qué le llama la atención al señor de Belaunde. Los llamados “profamilia” tienen un concepto completamente distinto al suyo de lo que es una familia. Ellos entienden que “familia” es aquella institución milenaria y básica, constituida fundamentalmente por una madre, un padre y la prole. Este ha sido, repito, el concepto de “familia” que la sociedad ha manejado por miles de años, independientemente de la cultura y de la religión. Y la razón de ello es muy simple: es la única estructura capaz de procrear, lo que es una condición sine qua non para que una sociedad crezca o se mantenga en la existencia y no desaparezca. Pero además la “procreación” no es un acto puramente biológico, sino que viene con toda una serie de deberes y derechos que hace de la familia, como institución natural, una verdadera “célula básica” de la sociedad, aquella que le da estructura y forma.

Para el congresista, en cambio, “familia” puede ser prácticamente cualquier conglomerado de personas unidas por algún tipo de vínculo de consanguinidad o de afecto. El término “familia”, según de Belaunde, hace referencia a “distintas formas de compartir el amor y formar un proyecto de vida en común”. Es decir, lo que define a la “familia”, según el congresista, es una cosa tremendamente vaga y subjetiva.

Es natural, por lo tanto, que quienes comprenden el rol de la familia —entiéndase la tradicional— quieran defenderla de modelos ajenos a un cierto sistema social y de valores; proteger ese modelo, para ellos, es proteger a la sociedad. Cualquiera que defienda posturas como las del congresista, por otra parte, no tiene más remedio que aceptar que este modelo de familia, aunque fuera uno entre otros, tiene una peculiaridad que no tiene ninguno y que le da un rol único e insustituible. ¿Qué le llama la atención, entonces, al señor de Belaunde? ¿Le sorprende que la gran mayoría quiera defender ese modelo y protegerlo?

Y, por cierto, todos esos ejemplos que enumera el congresista en su breve argumentación —entre los cuales se las ingenia para meter el de “dos padres” y “dos madres”, etc.— deben entenderse como excepciones y no como modelos ideales de familia. Se debe saber siempre que un tío o un abuelo, aunque en muchas situaciones puedan y deban cumplir el rol de la paternidad, no sustituyen ni podrán sustituir nunca al padre al que todo niño tiene derecho por naturaleza; y lo mismo con las abuelas y las tías.

Si un niño carece o llega a carecer de alguno de los dos padres, en muchos casos es, efectivamente, alguien de la familia la persona más idónea para sustituirlo, por razones obvias. Pero eso no significa que haya “distintas formas de familia”, sino simplemente que el ideal muchas veces no se puede realizar, y la sociedad trata de suplir de la mejor manera posible en una situación imperfecta.

 

José Ignacio Tola
10 de mayo del 2018

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