Protestas por la visita de Trump al Reino Unido

“No entendemos bien qué ocurrió” nos dice la única estadounidense presente en la cena, mientras sus ojos se abren como platos; como pidiéndonos que la política no se mezcle con el vino. En la mesa un alemán, un escocés, una francesa, dos israelíes, una rumana, una británica y una peruana ponían toda su atención en ella. “Las personas que votaron por él ahora no lo dicen” sentenció la persona más joven de la mesa. Más cuidado hay que tener con los que usan un sombrero MAGA como emblema de guerra.

Siete de los nueve comensales rechazábamos a la administración de Trump y estábamos perplejos ante la pasividad de los estadounidenses. Los ojos de aceituna de la rubia nos indican que es momento de cambiar de tema. “Mira que yo no soy de vino blanco, pero este es una maravilla”.

Aterricé en Londres el jueves por la noche. Siempre es una lotería el control de pasaportes. A veces me dicen que vaya a la fila de no europeos porque tengo pasaporte peruano, otras veces me dicen que tengo que estar en la fila de europeos por ser familiar de europeo. Depende de qué lado les dé el aire.

Teniendo todo el tiempo del mundo me pongo en la fila de no europeos, junto a un gran número de estudiantes chinos, familias indias y estadounidenses. Los que visitaban por primera vez estaban un poco perplejos porque aquí todos los no europeos estamos en la misma bolsa y ningún pasaporte pesa más que otro. Pasan 40 minutos, nos hemos movido cinco metros y no podemos ver la cola de esta fila serpenteante. Aunque me sabe mal pasar por delante de 200 personas, estaba ya bastante harta de la espera, así que decidí ejercer el pequeño privilegio de tener una tarjeta de residencia.

Esta vez el aire les dio por Perú y de qué manera. En cuanto el de migraciones vio mi pasaporte me preguntó si venía de Rusia, y cómo habían hecho tantos peruanos para viajar desde tan lejos. ¡Bendito sea el fútbol que une naciones! Luego de explicarle la locura de la infecciosa mundialitis logré salir del control de pasaportes en el tiempo récord de seis minutos.

Al llegar a casa retome mi pequeño proyecto. Desde hace tres semanas he estado armando un cartel para la protesta del día 13 de julio en contra de la visita de Trump al Reino Unido. No soy de ponerme una vincha en la frente y salir a gritar improperios contra el político de turno, pero la influencia maligna de Trump ha extendido sus redes en Europa y ha hecho que la extrema derecha tenga menos asco en ser abiertamente racista. Estos grupos se están volviendo más violentos con cada línea que derrama el reality star que se encontró con la presidencia.

Para mi sorpresa, en la protesta había un gran número de personas que estaban marchando por primera vez al igual que yo. Habían tantos motivos como carteles: política de inmigración, política de cero tolerancia, separación de familias, Yemen, Palestina, derechos de la mujer, revocación de la prohibición de importación de trofeos de caza de elefantes, burlas sobre discapacitados, burlas sobre supervivientes de violencia de género, leyes anti LGTBQ, nefastas políticas sobre cambio climático y un larguísimo etcétera.

La gran mayoría éramos trabajadores que sacrificamos un día de vacaciones por unirnos a esta manifestación. Los helicópteros de la BBC nos seguían durante el camino, y muchos policías nos daban el visto bueno mientras avanzábamos por Oxford Street. Apareció entonces el idiota del día que, subido a una muralla, nos decía que todos tenemos un poquito de Trump en nosotros. La multitud enmudeció su discurso con cacerolazos y mucha música. Este ha sido el carnaval de la resistencia y el mensaje ha sido claro: las políticas de Trump no son bienvenidas.