Eduardo Zapata

Propiedad y corrupción

La escuela no enseña la importancia capital de la propiedad

Propiedad y corrupción
Eduardo Zapata
16 de febrero del 2017

La escuela no enseña la importancia capital de la propiedad

Cuando los canales de nuestra televisión mostraban las asquerosas entrañas de la corrupción, presentando a don Vladimiro con connotados y no tan connotados personajes hermanados por montañas de dinero, era imposible dejar de pensar en los efectos sociales que la reiteración de dichas imágenes podía causar.

Uno de los canales, por ejemplo, anunciaba para su programa dominical nuevos destapes —durante toda una semana— mostrando la imagen de un conocido abogado implicado paseando en yate, obvio con una gruesa cadena de oro al cuello y rodeado de bellas muchachas.

En un país con frágil institucionalidad y con una justicia poco justa, esta muestra audiovisual multiplicada durante meses constituía más que una sanción, una invitación para imitar arquetipos. Por falta de una debida autorregulación y seguramente en aras de rating, nuestra televisión —sin quererlo, ciertamente— se convertía en una pedagógica herramienta para la corrupción. Recuerdo haber escrito en esos tiempos un artículo sobre el particular.

Y he aquí que las sanciones penales impartidas no constituyeron freno alguno para la corrupción. Por el contrario, la gradual y creciente bonanza económica del país y una descentralización irracional propiciaron una metástasis de la corrupción.

Y si es usted padre de familia o simplemente persona curiosa, revise los libros de colegio. No hallará ni una sola palabra sobre el concepto de la propiedad, valor esencial de toda convivencia civilizada. Al parecer, la escuela tampoco entiende la importancia capital de este valor.

Porque tener claros los conceptos de mío, tuyo y nuestro (e interiorizarlos desde los primeros años) permite empoderar axiológicamente al niño y hacer que tenga claro que lo tuyo no es mío y que lo nuestro no es de quien se lo apropia, sino lo es del nosotros.

Más que seguro que los expertos en reforma del Estado habrán de buscar uno fuerte y simple. Anunciarán, de seguro, penas acaso draconianas. Sin embargo, nuestra corrupción empieza en nuestra conductas cotidianas. No se restringe a los políticos ni al Estado, sino que se expresa cotidianamente —ante la ausencia del concepto de propiedad— en la invasión de terrenos, la ocupación de espacios públicos, nuestro modo de manejar metiendo el carro, los tropezones que sufrimos en la calle sin disculpa alguna. Y podríamos seguir poniendo ejemplos.

Ojalá que la escuela y la sociedad civil toda perciban la ausencia de este valor. Porque a fin de cuentas —y lo dicen los etimologistas— la palabra corrupción proviene de corruptio que a su vez se configura con el prefijo con, que es sinónimo de junto, el verbo rumpere que equivale a “hacer pedazos” y el sufijo –tio, que alude a efectos. De modo que la corrupción –en sentido amplio- nos involucra a todos.

Aun cuando sean voces minoritarias, quiero añadir la versión de otros etimologistas. Que señalan que corrupción viene de las raíces latinas Cor y Rumpere: corazón y romper. Pienso sobre todo en los más jóvenes y pienso que los actos de corrupción que se están ventilando pueden terminar por rompernos el corazón. Por romper, incluso, nuestra fe en la democracia.

A la justicia se le pide el debido proceso y la sanción ejemplar. A los medios de comunicación se les pide investigación seria y mesura. Y a la escuela, por favor, que inculque en los niños el valor de la propiedad.

Por Eduardo E. Zapata Saldaña

Eduardo Zapata
16 de febrero del 2017

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