Raúl Mendoza Cánepa

Política real

La política no es ciencia, está condicionada por el juego de poder

Política real
Raúl Mendoza Cánepa
19 de junio del 2017

La política no es ciencia, está condicionada por el juego de poder

No es que este columnista tenga algún resquemor por los estudios de la ciencia política, que no es ciencia sino fenómeno concreto; un fenómeno muchas veces imprevisible y otras veces contradictorio con todos aquellos viejos conceptos clásicos que los buenos lectores de la política libresca asimilamos como verdades absolutas desde la universidad. Pueblan mi biblioteca textos de filosofía política, teorías y hasta estrategias de poder. Corren desde biografías prohibitivas como la de Fouché, y tácticas visibles como las de Maquiavelo y símiles, hasta impecables textos que fueron imperativos en Letras, desde Locke hasta Montesquieu o desde Touchard hasta Paul Johnson.

Un politólogo arrepentido me musitaba sin mucho atrevimiento que este columnista podría quemar su biblioteca y deshacerse de todos los conocimientos y destrezas adquiridas porque no son más que modelos ideales. Entre insolencias y desmadres, aseguraba que más que una maestría de ciencia política bien me haría pasar a la política real que la ficción realista nos enseña (Netflix) a través de House of Cards, Borgen, Tyrant y otras series que muestran lo que el público no ve del quehacer político, porque la vida en todos sus terrenos (familia, empleo, vida social), como la política, no es más que un juego de poder.

Desde luego, para un idealista que define la política como una misión de Quijote, tales afirmaciones son una irreverencia, colisionan con los clásicos textos sobre la tolerancia e, incluso, con los libros que este columnista ha escrito sobre democracia, partidos políticos, sistema electoral, Parlamento y demás. “Desflémate de los conceptos y limpia los conductos de tu pensamiento”, me decía con algo de razón el politólogo arrepentido. Como un asiduo de todas aquellas series televisivas terminé dándole un poco de la razón. La terminología de la ciencia política, sus lógicas y contenidos, así como la prospectiva que pueda derivar, sirven de poco frente a la realidad ignota. La política no hay que estudiarla en los libros, hay que verla y vivirla de cerca.

Me planteó entonces: ¿Crees que existe realmente la democracia? ¿Somos república o lastre virreinal? ¿Los poderes constituidos son funcionales? ¿No es tu clasicismo lo que te ciega frente a la realidad cruda? ¿Y la realidad no está en los entretelones? ¿La realidad no es lo intangible, lo que no percibimos? La prensa solo recoge los trazos que le llegan; pero la política es más, y para sorber de ella en su dimensión exacta hay que vivirla, acostarse con ella, paladearla a menudo, estar cerca, trabajar en el Ejecutivo o el Legislativo, dialogar con sus alfiles y meter la nariz en las múltiples gestiones de intereses que relativizan la representación. ¿Existe la representación? ¿Es válido o inteligente concebir que la democracia es el gobierno de la mayoría? ¿No es un peligro? ¿No fue Hugo Chávez elegido y reelegido varias veces? ¿Era una democracia la venezolana por tal? Las interrogantes y el agobio, en mi caso, muchas veces suelen ir de la mano.

La política no es ciencia, está condicionada por el juego de poder y la inasible psiquis de los que la ejercen. No hay una línea de predicción de comportamientos, y quien pretenda ser la piedra filosofal de la materia debe primero tocarla como asesor o representante porque no hay mejor aprendizaje que vivirla. El acercamiento empírico no la torna en ciencia, no sirve para cuantificar y teorizar, pero sí para adquirir habilidades.

Sartori criticaba los excesos del cuantitativismo en la politología. Llamaba a pensar antes que a recurrir a la estadística, herramienta de una probable falsa causalidad. César Cansino publicó en el 2008 un libro sugestivo sobre el tema, titulado La muerte de la ciencia política. Alertaba que las herramientas de cálculo habían alejado a la disciplina de la filosofía política.

Siempre la he creído poco válida para cuantificar los fenómenos políticos y sociales, tan propios, peculiares e inabarcables por el momento en que se viven. En ocasiones, como lo demuestra la maestría de la realidad o de la ficción literaria o televisiva (que resulta no tan ficcional), la política no es una historia de situaciones, sino de personajes. Quien lea a Carlyle y algunas biografías políticas comprenderá que la voluntad inaccesible y las circunstancias específicas del poder son imprevisibles, íntimas, sobornables, precarias e inexplicables, como es todo fenómeno que comprenda las decisiones humanas.

 

Raúl Mendoza Cánepa

Raúl Mendoza Cánepa
19 de junio del 2017

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