Javier Agreda

Poemario centenario

Poemario centenario
Javier Agreda
01 de julio del 2016

La canción de las figuras de José María Eguren cumple cien años

La crítica considera a José María Eguren (Lima, 1874-1922) como el fundador de la modernidad en la poesía peruana. Antes de él, todo era retórica declamatoria (neoclásica, romántica o modernista) y la poesía se limitaba a ensalzar sucesos históricos, personajes o paisajes. Pero Eguren era un hombre extraño y solitario que vivía inmerso en su propio mundo interior; un universo en el que coexistían lo gótico y lo infantil, lo lúdico y lo trágico. En Simbólicas (1911), su primer libro, Eguren nos presenta ese peculiar universo en hermosos y enigmáticos poemas; pero su segundo libro, La canción de las figuras (1916) que este año cumple cien años, es “el más uniforme de toda su producción poética… en el que alcanzaría su mayor pureza lírica” (Ricardo Silva-Santisteban).

Son 28 los poemas reunidos en La canción de las figuras, libro dedicado a Manuel González Prada. El primero de ellos es uno de los más conocidos de Eguren: “La niña de la lámpara azul”, Como se sabe, en este breve texto (cinco estrofas de cuatro versos cada una), se describe a una misteriosa niña que se pasea de noche por la “playa de la maravilla”, iluminando su camino con una lámpara azul. Esta misteriosa niña (“ágil y risueña… con cálidos ojos de dulzura”), es quien guía al poeta “a través de la noche… [por] un mágico y celeste camino”. Numerosos intérpretes han visto en esa niña a una “personificación” de la propia poesía, pero el crítico y poeta Américo Ferrari ha explicado que es eso y mucho más: “El símbolo poético egureniano no refiere únicamente a una idea, sino que su objeto es un verdadero haz de intuiciones atraídas entre sí por la dinámica propia del símbolo. Así, la niña con la lámpara refiere a la poesía, al sueño, a la esperanza, a la salvación…”.

Otros poemas de este libro y dedicados a personajes simbólicos son “Los ángeles tranquilos”, “El dios cansado”, “Flor de amor”, “Los delfines”, “Peregrín cazador de figuras”, “Avatara”, “Las niñas de luz”, etc. Pero hay también otro grupo de poemas, más sombríos y menos fantasiosos, en los que se hace evidente la presencia del paisaje costeño peruano. En “Marginal”, por ejemplo, se habla de totoras, cañaverales, guarangos y de la espuma del mar. Y en “La sangre” estos paisajes son recorridos por un innominado peregrino, “quien vio en el monte una huella de sangre” y decide seguirla (“paso a paso”), para encontrar al “herido” que ha dejado ese rastro. El peregrino atraviesa la ciudad y los montes, pero no encuentra al herido. El también crítico y poeta Ricardo Silva-Santisteban ha explicado el sentido simbólico de este poema: el peregrino está regresando sobre sus propios pasos. “La sangre… no es sino la suya propia. Es la que ha ido depositando a través del viaje de la vida, en camino hacia la muerte”.

Así, en la poesía de Eguren “opera una voluntad desmaterializadora de las realidades materiales y a la vez materializante de las incorpóreas” (Javier Sologuren). Y en este proceso, el mundo de la infancia y de lo feérico tienen un rol central, especialmente en los textos de La canción de las figuras. Como advirtió tempranamente José Carlos Mariátegui: “Eguren conserva íntegramente en sus versos la ingenuidad y la imaginación del niño. Por eso su poesía es una visión tan virginal de las cosas. En sus ojos deslumbrados de infante está la explicación total del milagro”.

Javier Ágreda

 
Javier Agreda
01 de julio del 2016

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