Rocío Valverde

¿Peruanicemos el Perú?

¿Peruanicemos el Perú?
Rocío Valverde
12 de abril del 2016

Cuando un reclamo ancestral se convierte en imposición cultural

“¡Peruanicemos el Perú! Hay que enseñar quechua [idiomas regionales] en los colegios, así como lo hacen los países desarrollados”. Leía esto mientras comía un curry tailandés y le echaba una cucharada de rocoto, porque para mis papilas picaba muy poco. Veía mi plato y me decía: “Yo también hago patria mientras peruanizo este platillo”. Y el mensaje continuaba: “¡Orgullosos de Machu Picchu, pero nos da vergüenza hablar el idioma del Imperio de los Incas!”. Mordisqueaba un trozo de salmón y aún no sabía cómo tragarme esa sonora afirmación, aunque no sea la primera vez que la leo.

Vamos a desglosar la frase. Primero, ¿Qué significa peruanizar el Perú? ¿Cuál Perú peruanizamos? ¿Prohibimos la lasaña y demolemos la calle de las pizzas? ¿Se debe considerar traición a la patria relamerse los labios al pensar en un humeante falafel con salsa de yogurt? ¿Cantar una canción de Freddie Mercury es apología a la música extranjera?.

La segunda parte es la que me deja “ojiplática”, porque mis oídos la traducen así: “Yo soy recontra peruano, más peruano que la papa huayro, por eso quiero que el Perú siga el ejemplo de España y se enseñen los idiomas regionales aislados”. Se dice esto con tal desparpajo que siento como uno a uno mis cabellos se van tiñendo de rojo. Parece que vuelvo a esa taberna donde aquel abuelo con txapela a cuadros exclamaba que la exaltación del euskera era una demanda histórica frente a la tiranía del castellano, que había invadido el espacio cultural del euskera.

En el país vasco existen colegios donde se enseña exclusivamente en euskera, colegios en donde se dan las clases en euskera por la mañana y por la tarde en español, y unos pocos (con reducidas plazas) donde todas las horas escolares son impartidas en castellano. Distintos modelos lingüísticos que han funcionado sólo para euskaldunes, mientras que los niños extranjeros y los migrantes internos quedan rezagados. Existe una abismal diferencia entre amar a tu cultura —querer difundirla e imponerla— y tullir la educación de niños.

Por último, estamos orgullosos y mucho de Machu Picchu, así como orgullosos de las líneas de Nazca, Kuelap y la Reserva Nacional Pacaya Samiria. ¿Por qué siempre se tira más hacia la reivindicación del poblador de los Andes? ¿Y por qué se ha interiorizado como dogma que los incas hablaban quechua?¿Olvidamos o ignoramos el puquina y el aimara?

Recuerdo con mucho cariño las clases de un estricto profesor del colegio —apellidado Mamani— que impartía el curso de Danzas Peruanas. El profesor sacaba un látigo para marcar el ritmo de la música, y a base de silbidos nos contaba la historia detrás del huaylash, el cultivo de la papa, el cortejo del zorzal y las batallas de zapateo a modo de “trompeadera”. Esto para mí vale más que el discurso de imposición cultural, que se disfraza de reclamo ancestral y que sin duda nace del resentimiento hacia nuestra propia identidad. Esto es tan solo mi opinión y me abstengo de repetir aquello que dijo Clint Eastwood en la película El novato, que ya saben cómo va.

 

Rocío Valverde

 
Rocío Valverde
12 de abril del 2016

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