Mar Mounier

Para ti, envidioso

Sobre la derrota del boxeador peruano Jonathan Maicelo

Para ti, envidioso
Mar Mounier
22 de mayo del 2017

Sobre la derrota del boxeador peruano Jonathan Maicelo

Procusto (de Prokroústês o “estirador”) era un deforme personaje de la mitología griega —hijo del dios Poseidón—, un bandido que vivía aislado y brindaba hospedaje a los viajeros y peregrinos solitarios que llegaban a sus aposentos. Una vez en su albergue, y cuando el vagabundo cansado se dormía, lo ataba de pies y manos a una cama de hierro. Si la víctima era pequeña de estatura, Procusto procedía a cogerlo a martillazos para “alargarlo”. Si por el contrario, el invitado era más largo que el lecho, el bárbaro hospedero le cortaba las partes del cuerpo que sobresalían; una vez eran las manos y los pies; otras, la cabeza. El horrendo propósito era hacer que el sacrificado llegase a tener siempre la misma longitud que la litera. Dicen que jamás nadie coincidió con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos y, a cada víctima la ubicaba según su pérfida conveniencia. La envidia lo azuzaba a poner fin al viaje de otros, que Procusto, por sus limitaciones, jamás hubiera podido siquiera empezar.

Ha sido imposible evitar recordar esta perversa figura de la mitología helénica al observar el grado de saña y crueldad con que muchos se deleitaban al criticar al boxeador Jonathan Maicelo, por haber perdido una pelea. Una lucha que él mismo, con todos los méritos que se le debe reconocer, se buscó y fraguó solo. No cabe duda de que si hubiera ganado no habría faltado la mezquindad de un “es que la tuvo fácil”. Pero la perdió, con todas sus fallas y limitaciones y, en vez de recibir el aliento honroso o al menos un silencio decoroso, solo se escuchaban los martillazos o los machetazos de toda una partida de limitados Procustos.

¿No es ese comportamiento una constante en esta sociedad donde abundan los resentidos? ¿No es común encontrarnos con esos para los que nada es suficiente? Ya sea corriendo a atacar a personas que sobresalen o dispersando rumores sobre gente exitosa a la que no conocen; ya sea arremetiendo por malvado placer contra quienes se labran un camino con persistencia y espíritu combativo o, peor, haciendo leña del buen peleador que pierde una batalla.

Para quien no comprende la lectura: esta no es una defensa a los corruptos ni malvados que merecen el ostracismo y el repudio general. Esta es una consideración a aquellas personas que cultivando valores construyen nuestra sociedad e identidad. ¿Tan difícil es entender que la envidia, el despecho y el celo, no nos permiten avanzar porque son velos que esconden nuestros errores?

Puede sonar trillado, pero no deja de ser real: el éxito no es la meta per se, sino lo que hacemos y la actitud que tenemos ante las derrotas y fracasos ¡para continuar! ¡Solo quien no ha vivido y enfrentado con valor y resistencia sus descalabros, solo quien se rinde al primer revés, solo quien se limita en sus derrotas y llora eternamente su infortunio, solo quien vive comparándose al resto… es siempre el triste perdedor autocondenado a ser el deforme Procusto que buscará deformar a otros!

Jonathan Maicelo ha demostrado ser uno más de esos peruanos combativos que no esperan el apoyo de nadie para poner manos a la obra y, literalmente, a punta de golpes construir su travesía. Y su mérito ha sido andar contra viento y marea, por el sendero más difícil. Esos son precisamente los viajeros que tenemos que apoyar y alentar; porque son sus triunfos el vivo ejemplo del resultado de cultivar los valores que debemos rescatar para ser mejores: la honestidad, la bondad, la solidaridad, la decencia, el tesón, la nobleza, la resistencia, la fortaleza, la facultad de labrarnos el presente y el futuro ¿Para qué? ¿Han leído el gran poema “Itaca” de Constantino Kavafis? Háganlo. ¡Vamos! A ver si tanto confundido por fin comprende lo que debería.

 

Mar Mounier

Mar Mounier
22 de mayo del 2017

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