Nancy Arellano

Odebrecht sostiene al totalitarismo de los idiotas

Odebrecht sostiene al totalitarismo de los idiotas
Nancy Arellano
11 de enero del 2017

A través de un discurso populista y manipulador

Por Nancy Arellano

Odebrecht vendería su 55% de participación en el proyecto del Gaseoducto del Sur. "En este caso, Odebrecht si es que vende (sus acciones en el proyecto), no cobraría por su participación en el Gasoducto del Sur. Ese dinero pasa a ser garantía en caso de que haya eventos de corrupción", dijo el ministro de Economía, Alfredo Thorne, en una entrevista con Canal N. ¿Acaso debería ser optativo que Odebrecht venda su participación? ¿Acaso debería ser Odebrecht quien haga la negociación? ¿Será real la negociación que figure en papel o habrá una nueva estructura que "desvíe" una partecita?

Odebrecht emerge en las noticias como la memoria culpable de una clase económica incapaz de competir en términos reales y de una clase política inoperante en los términos exigibles en el siglo XXI. Las coimas son el cáncer que, combinado con una clase política impotente en tanto que infructífera y parasitaria, convierten naciones en vías de desarrollo en abortos de las grandezas de un sistema capitalista que se supone ha logrado conciliar las deudas históricas con los espacios de libertad. ¿Hasta dónde el Estado? ¿Hasta cuándo el privado? Son preguntas que solo podrán responderse de forma efectiva cuando la clase política deje de prostituir los ideales de campaña y de hacer de la carrera política un eterno carnaval. O que la clase económica comprenda la diferencia entre países con recursos y países ricos. La riqueza se genera, no se extrae.

La historia dantesca de la corrupción latinoamericana da cuenta de la imbecilidad que como sociedad padecemos. En nombre de los pobres, perpetuar la pobreza. En nombre de los pobres, perpetuar la riqueza inmerecida de un grupillo. Pensar que con una élite que controle, injustamente, podemos mantener, usando al Estado como operador, la dinámica social con un discurso de izquierda a lo interno y un discurso de derecha a lo externo, para siempre. Una bipolaridad que solo es posible cuando se traicionan los ideales de la democracia para sostener un totalitarismo de idiotas o una oclocracia.

Idiota, para los griegos de la antigüedad, era simplemente aquel que se solo se ocupaba de sí mismo, de sus intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos o políticos. Algo de lo que muchos padecen en estos tiempos. Y junto a esta indiferencia, los oclócatras, a través del discurso populista y manipulador, aprovechan la ignorancia e idiotez de una mayoría para permanecer en el poder; gracias al aliento que empresas como Odebrecht dan a sus figuras partidos e instituciones. Un círculo perfecto para degenerar ese sueño de repúblicas independientes y prósperas que se queda en la vía del desarrollo, porque se llevaron la gasolina en un wire a Suiza con escala en alguna islita de paraíso fiscal.

Las cosas van cambiando, pero los idiotas confían en que no será tan rápido. Y mientras no cambien, los pobres —de espíritu y de mente—— siguen dando tumbos para reproducir lo peor de nuestra desordenada organización política y económica. Desorden que trae corrupción, informalidad, sobrelegislación, afrentas, delincuencia y más corrupción.

¿Acaso es tan difícil entender que una empresa que ha operado como una mafia transnacional debería desarticularse como tal? ¿Cuántos muertos ha dejado esta forma de operar? ¿Cuántos hospitales, becas de estudio, inversión en I&D o incentivos a la promoción de la inversión se han dejado de hacer para pagar los sobrecostos de estas mafias?

Hay que ser idiota para no verlo.

 
Nancy Arellano
11 de enero del 2017

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