Darío Enríquez

¿Nuestro Perú al borde de un ataque de nervios?

Crispación social parece ser prólogo de un conflicto mayor

¿Nuestro Perú al borde de un ataque de nervios?
Darío Enríquez
25 de octubre del 2017

No es fácil identificar cuándo comenzamos a ser una sociedad en crispación permanente. Lo cierto es que lo somos. Vivimos un estado de conflictividad social muy por encima de lo que podría explicarse a partir de la realidad misma. Algo está sucediendo y en estas líneas trataremos de encontrar algunas luces al respecto.

Sin duda hay un elemento de acción política. Es ese fenómeno provocado y alimentado por los estrategas del totalitarismo de izquierdas que llaman “agudización de las contradicciones”. Junto a él, se encuentra el diagnóstico de “no están dadas las condiciones objetivas para la revolución”; y cuando juntamos tanto fenómeno como diagnóstico, explicamos entonces una parte de lo que padecemos hoy como sociedad. Solo una parte.

Tiene que haber más, porque aunque causa mucho ruido y a veces consecuencias lamentables, esta “agudización” está focalizada y sus raíces son débiles. Eso sí, su ubicuidad y alternancia en diversas partes del territorio, así como la algarada mediática que acompaña sus acciones, amplifica su real dimensión. Tratemos de encontrar esos otros elementos de crispación social.

También están los operadores de izquierda que apuestan por el neomarxismo, también llamado marxismo cultural o gramsciano. La escuela de Frankfurt también aporta lo suyo. Es una variante de la “agudización” de las contradicciones, llevadas al campo de la educación básica, la religión, la academia, los medios de comunicación, las redes sociales y la cultura en general. Los artificios propuestos desde la ideología de género, los movimientos “feminazis” y el progresismo de pensamiento único que censuran obsesiva y ruidosamente a quienes piensan diferente son la vanguardia altamente conflictiva de esta nueva forma de ser de “izquierdas”.

Otras izquierdas hacen lo suyo. Son los conocidos “pitucos de izquierdas”, llamados hace un tiempo “rábano-Rinconada” en espacios universitarios. “Los de arriba” a decir de “Frejolito” Barrantes, y hoy llamados simplemente “caviares”. No hay evidencias de que coordinen acciones con las anteriores, a las que podríamos llamar “los de abajo”. Pero al provenir de un mismo “cigoto” ideológico, muchos de sus reflejos coinciden, aunque también emerge una rivalidad que les impide concertar cuando se trata de objetivos políticos formales, pues la filiación de clase es muy diferente entre unos y otros. Ni estas ni aquellas han renunciado a la violencia como medio para alcanzar el poder. Comadronas de la violencia histórica, estas izquierdas nos recuerdan que las vencimos junto al terrorismo de los ochenta y noventa, pero el peligro del rebrote sigue allí. Conflictividad no resuelta.

Algunas de estas izquierdas, juntas o separadas, han logrado el poder en otras partes del continente americano, vía elecciones democráticas; pero una vez en el poder han desplegado un aparato tiránico para hacer realidad “su” revolución, a sangre y fuego si fuera necesario. Otras, como en el caso del socialista Foro de Sao Paulo, el partido de Lula Da Silva y sus operadores financieros de derecha mercantilista (como Odebrecht y cía.), eligieron el camino de la corrupción rampante y absoluta, exportando incluso el “exitoso” modelo al resto de Iberoamérica.

En el Perú, la comprobación de que falsos adalides del “lado decente” habían sido reclutados con cerros de dinero en paraísos fiscales es también fuente de grave crispación social. Salvo algunos “pejes chicos” que sufren cárcel temporal, grandes posibles responsables como Toledo, Villarán y Kuczynski, entre otros, están protegidos por la impunidad más evidente. Ollanta y Nadine tienen solo prisión preventiva, debido a que no se pudo vencer la enorme presión social. Cuidado, aún no se les formula juicio firme y podrían salir en libertad en cualquier momento. Ni hablar del penoso papel que juegan grandes medios de comunicación masivos, algunos implicados directos con la mafia del Foro de Sao Paulo, Odebrecht y cía.; otros debidamente “atendidos” por la millonaria publicidad estatal y “generosas” donaciones de la mafia. También empresarios de derecha mercantilista que no tuvieron ningún reparo moral de aliarse y compartir pingües ganancias corruptas con la mafia brasilera.

Para algunos —que no son pocos— también es decepcionante, frustrante y acumula conflictividad el hecho de que no se encuentre pruebas ni indicios suficientes para encausar judicialmente a Alan García y Keiko Fujimori. El ambiente de “que se vayan todos” incluso deja de lado la necesidad de pruebas o indicios en un debido proceso, y sentencia a “todos”, porque un elemento clave de la conflictividad es que basta que alguien piense diferente para que sea sospechoso. Y “cómo no va a estar metido”. Eso de “todos son corruptos” solo revuelve el río para que se salven los pillos. Si todos son culpables (casi) nadie lo es. Desde el vil oficio, muchos comunicadores corruptos y sus organizaciones están de plácemes porque, como se dice, “pasan piola”.

Si las elecciones democráticas juegan el rol de una suerte de válvula de escape para reducir el conflicto social y renovar la conducción del Estado, lamentablemente desde 2011 ese efecto benéfico fue demasiado corto, y más bien se alimentó la crispación a partir de que el presidente Humala y su esposa Nadine Heredia, durante todo su periodo de gobierno, aplicaron un modelo de acción en el que sus rivales políticos eran enemigos a destruir. Se alimentó la conflictividad y la crispación en forma irresponsable e incluso punible, usando recursos fiscales e instancias políticas, judiciales y mediáticas para “reventar” a los opositores.

En las elecciones del 2016, plagada de situaciones poco claras y de decisiones muy discutidas del organismo electoral, quedó en muchos la sensación de no poder votar por una opción propia y se terminó en el antivoto. Esto es un problema que el Perú viene arrastrando desde siempre, y tiene relación directa con la crisis terminal de los partidos políticos. Que la voluntad popular no se refleje en la asignación y el ejercicio legítimo del poder causa mucha frustración, encono y crispación. Mientras no se recomponga el tejido sociopolítico partidario, seguiremos arrastrando la maldición de vientres de alquiler electorales y de candidatos sin mayor sustento que brillan por la improvisación, la mercantilización de la política, la multiplicación de agendas políticas personalísimas y el remate al mejor postor de números en las listas de votación preferencial.

Nuestro Perú es una sociedad en crispación permanente. Esperemos no sea el prólogo a un conflicto mayor. ¿Cuál es la respuesta a todo esto? En verdad —parafraseando a los confundidos marxistas luego de la caída del Muro de Berlín, la implosión del imperio socialista soviético y la conversión al capitalismo de la China comunista— lo primero que debemos resolver es cuál es la pregunta.

Darío Enríquez

Darío Enríquez
25 de octubre del 2017

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