Darío Enríquez

No uno ni dos, sino muchos “perúes” en conflicto

Apuntes para una crónica del odio político en el Perú

No uno ni dos, sino muchos “perúes” en conflicto
Darío Enríquez
20 de diciembre del 2017

Recuerdo que en mis primeros tiempos universitarios, cierto día estaba con un amigo en la mesa del restaurante de la facultad para la hora del almuerzo. Íbamos a pedir el menú del día. Con la idea de hacer el pedido conjunto, le pregunté a mi amigo:

—¿Se dice “menús” o “menúes”?

—No importa, sólo voy a pedir uno.

Para el caso de nuestro país, desde hace un tiempo se habla de dos “Perúes”: uno oficial y otro real, uno formal y el otro informal, uno urbano y otro profundo. Siempre en dualidad. Creemos que ese esquema de análisis queda corto. Parafraseando a Enrique Congrains, en verdad “no hay uno, ni dos, sino muchos Perúes”.

Vamos a valernos del excelente modelo de estilos de vida presentado por el Dr. Rolando Arellano para explorar esos varios Perúes. Según este modelo, habría seis grupos a los cuales se les podría asignar una suerte de “personalidad grupal”, desde una perspectiva funcional y sistémica de una sociedad de consumo; y sobre la base de la interacción de muchas variables, entre ellas el ingreso monetario, la dicotomía modernidad-tradición, la resistencia al cambio e incluso el sexo: sofisticados, progresistas, modernos, adaptados, conservadores y resignados. Sin dejar de reconocer que el valor individual es muy potente en el Perú del siglo XXI, creemos que el modelo de estilos de vida, entendiendo que ellos se desprenden de una visión de la realidad, puede llevarse al análisis de las preferencias políticas.

Vivimos un momento de convulsión, y el “éter” que llena todos los espacios y tiempos desde inicios de nuestra República es la rivalidad política llevada al odio extremo. Para hacer un recuento corto, la sufrieron —junto a sus partidarios— Ramón Castilla, José Balta, Nicolás de Piérola, Augusto B. Leguía, el aprismo casi centenario y, en el siglo XXI, el fujimorismo. Tensiones que destruyen el tejido social y establecen brechas absurdas entre ciudadanos que (casi) comparten una misma síntesis social. En ese “casi” podemos encontrar información interesante.

En el sustrato político de los “sofisticados” encontramos sin duda a los CaViaRes. Ellos explican por definición la alianza “contranatura” entre el socialismo y el mercantilismo. Esa mezcla que se encuentra en el origen de la gran megacorrupción del socialista Foro de Sao Paulo y la red mercantilista de Odebrecht y cía. Los sofisticados no caviares tienden a defender lo que se llama “identidad de clase” y, entonces, se les ve defendiendo y votando a quien represente políticamente esa sofisticación; lo que podríamos llamar la tendencia “social fascista”.

Los progresistas acogen a la mayoría de esa gran nueva clase media, y también a los “nuevos ricos horrorosos” que son producto de los espacios de libertad económica abiertos con las reformas de los noventa. Gran parte de los progresistas provienen del estrato “resignados” que superaron su condición de tales gracias a las oportunidades de la nueva economía abierta de los noventa. Es uno de los bastiones del fujimorismo.

Los modernos y los adaptados son más bien la clase media típica de antaño que mantiene su estatus socioeconómico con esfuerzo. Una parte de los “modernos y adaptados” son una suerte de “sofisticados caídos”; y ellos tienden a ser antifujimoristas o antiapristas porque un tiempo vivieron como si fueran sofisticados sin serlo, perdiéndolo todo a raíz de la grave crisis de los ochenta o de la recomposición socioeconómica de los noventa. He allí el origen de sus fobias políticas. Queda por estudiar las razones que expliquen por qué en estos bloques, con fuerte antiaprismo, al mismo tiempo el aprismo cuenta con la mayor parte de sus adeptos.

Dentro de los “conservadores” hay una composición variada, pues siendo muy apegados a las costumbres y la tradición, tienden a resistirse al cambio. Extrañan el tiempo en que el Congreso tenía en su seno a doctores, intelectuales y eminencias (aunque en 1990 nos hayan legado un país hecho pedazos). Desprecian que “cualquiera” llegue al Congreso cuando, por la definición misma y desde sus orígenes, el Congreso debe reflejar la sociedad a la que representa. En lo bueno, lo malo, lo feo y lo horroroso.

Todos estos Perúes se encuentran en conflicto permanente. Mientras los “sofisticados” son una suerte de casta impenetrable, entre los otros hay muchísima movilidad, pasando de uno a otro grupo, especialmente de una generación a otra. La segunda o tercera generación de progresistas tenderían a ser modernos. Hijos de los adaptados pasan a ser modernos o progresistas, según el camino que elijan o encuentren disponible en sus vidas. Los conservadores son reacios al cambio, pero las siguientes generaciones tienen un abanico de opciones a las cuales abrirse, si así lo desean. Incluso los resignados, entre los que la pobreza tiende a ser más condición que situación, son alentados a buscar nuevas oportunidades en una sociedad mucho más abierta que antes, viendo el ejemplo de sus cercanos progresistas. Estos son los espacios que se llaman “informales” y donde florece por doquier la economía popular.

¿Dónde se encuentra usted, amigo lector? ¿En cuál de los seis grupos se siente identificado? Es evidente que no se trata de categorías absolutas. Lo que viviremos en las próximas horas con la posible vacancia del presidente Kuczynski nos habla de progresistas y resignados en furibunda denuncia contra las prácticas fraudulentas, no solo de PPK sino de los políticos en el poder. Los adaptados y conservadores condenan, pero nos dicen que siempre ha sido así y eso no va a cambiar. Los modernos dudan entre condenar o tolerar esas prácticas en nombre de una parte (equivocada) de su idea de modernidad, o alineados a las cadenas de poder definidas por el mercantilismo en la política. Los sofisticados justifican plenamente a PPK porque es uno de los suyos, y lo van a defender sin dudas ni murmuraciones: “merca no come merca”.

Pero todos aquellos que apoyan en forma abierta (muy pocos) o solapada (la gran mayoría) al presidente en proceso de vacancia, no lo hacen pensando que sea inocente. Tampoco aceptan en público esas prácticas mercantilistas por las que PPK está siendo acusado de incapacidad moral, porque saben que están reñidas con la moral e incluso contra la ley. Defienden a PPK haciendo despliegue de su antiaprismo o de su antifujimorismo: “Roba pero es antifujiaprista, que se quede nomás”. Es la nueva versión de “Los chilenos antes que Piérola”. Así estamos.

Darío Enríquez
20 de diciembre del 2017

NOTICIAS RELACIONADAS >

Sunedu y la calidad de la educación universitaria

Columnas

Sunedu y la calidad de la educación universitaria

En el debate serio sobre la educación superior hay consenso &nd...

11 de abril
Fue una guerra civil, no de Independencia

Columnas

Fue una guerra civil, no de Independencia

Veamos hoy algo de historia. En verdad tenemos algunos hechos largamen...

05 de abril
¿De qué violencia hablamos y a quién defendemos?

Columnas

¿De qué violencia hablamos y a quién defendemos?

En principio, queremos compartir con nuestros amables lectores que est...

28 de marzo

COMENTARIOS