Raúl Mendoza Cánepa

No es decadencia

A propósito del éxito de la película “La paisana Jacinta”

No es decadencia
Raúl Mendoza Cánepa
27 de noviembre del 2017

 

No decae lo que nunca subió. Podría entrar en decadencia el sofisticado cine argentino, que tiene por virtud sus guiones, sus historias, sus manejos, sus actuaciones, su alto nivel; pero el cine peruano que vende no sirve para el arte, sino para el entretenimiento. El cine peruano no es para lamentarse, porque no se lamenta aquello malo a lo que se está habituado, como no sorprende que una cinta de calidad sea expulsada de la cartelera a la semana, mientras algunas “la rompen” sin ningún mérito. Tampoco sirve el asombro, pues es rápido y equívoco. Asu mare fue un récord, barrió con las películas gringas. Bueno fuera que el talento sea el que la rompa, mas no podemos exigir arte si lo que llama es el artificio idiota, el efectismo. Nadie duda de que si los personajes de “Esto es guerra”, u otros programas de televisión, protagonizaran una película obtendrían millones de una taquilla que clama por circo, nunca por rigor.

La paisana Jacinta es la nueva cinta que alborota a los amantes del circo y del esperpento. Es la película más taquillera del año. Como Salvador del Solar, ni siquiera necesito verla para apelar al prejuicio justo; sí, porque en ocasiones hasta los prejuicios son licencias que adquieren su propio y legítimo valor. Dice Del Solar (que rechaza el film): “Al personaje claro que lo conocemos, y nos parece que presenta una imagen denigrante de la mujer andina. Se burla de ella, la presenta como ignorante y sucia, entre otras cosas. Y eso merece nuestro rechazo y repudio”. A decir verdad, el tema va más allá de una representación.

El embrutecimiento que tanto obsesiona a Marco Aurelio Denegri es un declive cotidiano bastante placentero, porque pensar es un esfuerzo que nadie está dispuesto a hacer. Se paga por lo fácil, por lo que llama a reír, por la gratuidad del menor esfuerzo. De acuerdo, cada quien está llamado a ver lo que le venga en gana y ceder a esa tentación; pero ¿no es lo mismo que mal nutrirse? La chatarra no solo entra por la boca, también por los ojos y los oídos. En ocasiones la hace de aquella temible ameba come-cerebros, solo que de una manera más sutil y menos estruendosa.

Y ya que parece que los subsidios al arte son de vida o muerte, ¿creen que financiando una película se elaborará una obra maestra? Quizás la más meritoria de nuestras creaciones tengan millas por madurar, y lo que es mejor de verse vague por las salas privadas y se condene a pantallas itinerantes. Hubiera querido que Gloria del Pacífico relumbrara en las grandes salas limeñas, pero la cultura y el mercado siempre parecen reñidos.

Crispa ver el talento de Sergio Galliani codeándose con Melcochita en una película que no daba para más. Chocante comparar una buena historia protagonizada por Ricardo Darín con un abigarrado del humor peruano, un sketch populachero estirado a 120 minutos, uno que apela al cerebro reptiliano más que a la elaborada razón. En el Perú toda demanda tiene su oferta. Y la oferta nunca juzga, solo cobra.

Vale el cine como un ejemplo para entender por qué una exposición ralea de visitantes, una librería quiebra a los meses, una revista cultural guarece tras un mostrador, pierde lectoría un medio cuando la cultura gana espacio a la “calata” o cuando un programa cultural congela la antena de su canal.

¿Debe el Estado financiar la cultura? Asumo que el subsidio no es la respuesta a un problema que se enraíza en la formación y el gusto de la gente. Quizás en París un programa de debate cultural gane en el rating, mientras que en el Perú sea solo un accidente del zapping.

El tema a trabajar es la educación sentimental en las escuelas; pero, ¿y quién educa a los maestros? Cuando el público exija rigor antes que entretenimiento, los creadores, actores, guionistas y escritores depurarán su arte, estilizarán sus obras. Pero estamos lejos, pues sobrevive el gag, el mejor disfraz, el colorinche, la necedad victoriosa, la lobotomización del espectador. Esas son las contradicciones que atormentan a un liberal que magnifica el mercado legitimando cualquier cosa. En ocasiones, la ganancia de pocos favorece la involución del conjunto.

Raúl Mendoza Cánepa
27 de noviembre del 2017

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