Octavio Vinces

Neofeudalismos

Neofeudalismos
Octavio Vinces
22 de enero del 2015

¿Cuánto ha avanzado la humanidad el último siglo en democracia y libertad?            

La caída del Muro de Berlín en 1989 produjo un entusiasmo equiparable al generado, exactamente doscientos años antes, por la Toma de la Bastilla (a veces las cronologías hacen uso de los números redondos, como si quisieran facilitarnos las cosas). El filósofo Inmanuel Kant calificó a la Revolución Francesa como el acontecimiento que evidenciaba la tendencia moral del género humano. Para no pocos pensadores contemporáneos, la caída del Muro de Berlín y la Perestroika demostraban la irrefrenable vocación por la libertad de las sociedades modernas: la democracia, finalmente, habría ganado la partida.

Pero también en ambos casos el curso de los acontecimientos iba a encargarse de mitigar el entusiasmo. La anarquía que vivió Francia en los años siguientes a 1789 dio paso al Terror y luego al Imperio Napoleónico. La debacle de los regímenes de la órbita comunista en el Este de Europa permitió un renacer de los nacionalismos, con la consecuente fragmentación de los antiguos territorios. En un contexto de «muerte de las ideologías» surgieron pequeños estados de algún modo refractarios a la supervisión y la intervención de potencias externas. Esta independización, que en principio puede parecer positiva, hizo que se diluyera mucho de lo que se había ganado con relación a estándares mínimos exigibles a las naciones civilizadas. Comenzaba una etapa de indiferencia hacia lo que pudiera suceder dentro de cada estado, en aras de un pretendido respeto de los asuntos internos. Algo que no resulta positivo en todo momento. Al fin y al cabo, los Juicios de Nüremberg habían sido un acto de intervención extranjera que declaraba que el abuso contra la humanidad era una frontera que los estados, y sus gobiernos, no podían sobrepasar.

La nueva organización del mundo propició la existencia de feudos que se relacionan unos con otros, articulando intereses pero desatendiendo el respeto de los derechos fundamentales. Las organizaciones internacionales dejan de ser veedores o garantes, para convertirse en clubes de cómplices o amigotes. Este escenario ha sido altamente favorable, por ejemplo, para China, cuya expansión económica, y también geopolítica, no guarda correlación con el desarrollo de las libertades ciudadanas dentro de su propio estado. También lo ha sido para la nueva Rusia. Y para el mundo árabe.

Latinoamérica no ha sido ajena a esta tendencia. La actual OEA, con su actitud contemplativa hacia los autoritarismos plebiscitarios que han prosperado en la región, tiene poco que ver con aquel organismo que en la década del 60 se atrevía a sancionar a los estados cuyos gobiernos no tenían un origen democrático.

Cuando un gobierno captura y controla los demás poderes del estado, sólo cabe concluir que estamos frente a un régimen de características autoritarias, si no ante una dictadura. Cuando los derechos fundamentales de las personas son vulnerados, la presión de las democracias extranjeras se vuelve necesaria. Pero vivimos un momento en el que el peso de la opinión pública internacional se antoja excesivamente leve, cuando no intrascendente. Quienes hoy en día luchan a favor de la libertad y la democracia, y en contra de los nuevos señores feudales, se encuentran acaso más solos que nunca,

Por Octavio Vinces

(22 - Ene - 2015)

Octavio Vinces
22 de enero del 2015

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