Raúl Mendoza Cánepa

Necesitamos terapia

Necesitamos terapia
Raúl Mendoza Cánepa
25 de julio del 2016

La violencia es de todos: sociedad, las instituciones, jueces

El 13 de agosto se realizará una marcha en rechazo de la violencia contra la mujer. El lema es “Tocan a una, tocan a todas”. Desde luego, el llamado no es solo a las mujeres, es también a los hombres que ven en esta movilización una causa por la cual alzar la voz. El origen es la leve sanción con las que los hombres salen bien librados tras “masacrar” a sus mujeres.

Pero la violencia no es una isla, es la del sistema contra la mujer. Compare si no dos sentencias desiguales, según el género del victimario. Hace unos meses Percy Culquicóndor agredió a una mujer policía, porque le aplicó una papeleta debido a que obstaculizaba el tránsito. La mujer policía recibió una golpiza. Ella declaró: “Yo estaba cumpliendo mi labor. Intervine a un vehículo que estaba interrumpiendo el tránsito, y le estaba colocando la papeleta. Y viene un sujeto, me arrancha el lapicero, me agarra del cuello y me empieza a dar puñetazos en el estómago”. Afirma que el agresor intentó quitarle el arma. Culquicóndor fue sentenciado a cuatro años de prisión. Silvana Buscaglia, una ciudadana que quiso arrebatar el gorro a un policía y que no asestó golpe alguno, fue condenada a casi siete años.

Quizás la noción de “normalidad social” atenúa las culpas del varón agresor peruano frente a la mujer, pero a la mujer no se le perdona ser la victimaria, al margen de la levedad de su violencia. Hace poco Cindy Arlette Contreras fue golpeada y humillada por su pareja. Una videocámara registró el hecho. El video es un medio objetivo de prueba, pero los jueces de Ayacucho lo relativizaron. El agresor recibió solo un año de prisión suspendida. El empleado del hostal dijo que “acudió hasta en tres oportunidades al llamado de auxilio de la agraviada que se encontraba en la habitación del segundo piso”. Más precisamente, en la primera oportunidad, los otros huéspedes le comunicaron que había demasiada bulla dentro de la habitación. En la segunda oportunidad tocó la puerta y no encontró nada, y en la tercera oportunidad subió el cuartelero y escuchó que, con voz entrecortada, la agraviada decía: “Me quiere matar, ¡auxilio!”, y parecía que la estaban asfixiando.

Culquicóndor alegó que estaba ebrio cuando agredió a la policía que lo intervino. Coincidencia, una de las conclusiones de los jueces de Ayacucho por el caso de Cindy Contreras es que el agresor no es responsable porque estaba ebrio. Si la ebriedad es el visado para la violencia, una buena parte de mujeres peruanas serían caseras de Medicina Legal y el alcohol un buen ardid.

Sin embargo, lo correcto es ver el bosque y no el árbol. No es que solo los golpeadores requieran de una terapia; es la sociedad misma, las instituciones, los jueces y muchas mujeres que aceptan su situación como regular, normal, cotidiana. La violencia no solo se circunscribe a estos casos. La veo, bajo formas sutiles o directas en el tráfico, cuando agreden a quien conduce despacio o al que pasa raspando; la veo en las redes sociales (donde el odio es gratuito); la veo en la política, en las reuniones sociales, en las oficinas, en muchos padres contra sus hijos o en la insolencia y la crítica fácil de los hijos hacia sus padres.

La veo en el policía que sube el tono de voz sin reparar en que es autoridad, pero también servidor del ciudadano. La veo entre gente que se despedaza en los salones del raje. La veo en las rivalidades idiotas en todos los ámbitos profesionales y en la rugosidad del gesto del que nos atiende cuando entramos a una tienda. Cuando choleas, zambeas, cuando reduces al otro... Somos una sociedad violenta, incapacitada para diluir sus resentimientos, siquiera para comprender el significado del perdón, que para el común es seña de debilidad y del reconocimiento (por fin) de un viejo adeudo. Somos una sociedad siempre al pie de un diván.


Raúl Mendoza Cánepa

Raúl Mendoza Cánepa
25 de julio del 2016

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