Raúl Mendoza Cánepa

Necesitamos psiquiatras

La entraña psicológica del odio explica mucho de lo que la gente hace

Necesitamos psiquiatras
Raúl Mendoza Cánepa
30 de abril del 2018

 

“En este país somos demasiados abogados, necesitamos psiquiatras”, escribí en mi cuenta de Facebook. Poco antes Carlos Hualpa había quemado a Eyvi Ágreda en un bus. No pensé en Hualpa al trazar esas líneas, sino en ese mundo caótico callejero en el que siempre hallaremos un motivo reprochable para pelear. En efecto, llegar de la calle estrepitosa y hostil llama a sentarse a reflexionar sobre las ansiedades de la gente que uno dejó en el camino, y luego a postear. Leer tarde un artículo de Marco Sifuentes, en El Comercio, me recordó que las cosas no solo pasan en el Perú.

El grito lejano “¡No es abuso, es violación!” volvió a resonar en mis oídos desde España, donde una sentencia exculpó de violación a la llamada “manada”, cinco hombres que atacaron a una mujer. Odio puro y vil, misoginia reptil. Según refiere la prensa española, los procesados tiraron de ella para meterla en un portal donde la penetraron hasta seis veces sin su aquiescencia, “pero el tribunal no entendió que hubiera violencia ni intimidación, por lo que no lo consideró violación". Las mujeres pusieron, con justicia, su grito en el cielo.

El odio es ubicuo y extraño. Por el artículo de Sifuentes conocí también de “la rebelión Incel” (célibes involuntarios). Para entenderlo mejor se trata de una corriente de “machos beta” que crece y que asumen que “las mujeres les niegan su derecho a la gratificación sexual”. Esperemos que está manada nunca llegue al Perú. Según el diario The New York Times, se estima que estas comunidades misóginas suman cerca de 40,000 miembros. El problema es que no solo hablan, también hacen terrorismo e incitan a la violación. Están diseminadas en el globo.

Para explorar ese submundo descubro en Facebook esta declaración lanzada poco antes de que una furgoneta atropellara deliberadamente a varias personas en Toronto (diez muertos y quince heridos). Quien perpetró este insólito crimen fue Alek Minassian y escribió: “¡La 'Rebelión Incel' ya ha comenzado! ¡Derrocaremos a todos los 'Chads' y 'Stacys'! ¡Saluden todos al supremo caballero Elliot Rodger!". Rodger había cometido una masacre en California durante 2014 por una razón peculiar: “Las mujeres no le hacían caso”. Los Chad son los hombres sexualmente exitosos y las Stacys son las mujeres a las que les va bien. Como dice Sifuentes, quizás la misoginia haya empezado a calcar los procedimientos del terrorismo (como en California y Toronto).

“Los incel creen, básicamente, que el mundo es particularmente injusto contra los hombres heterosexuales poco atractivos, y por ello buscan apoyo anónimo en foros y redes sociales”, dice BBC Mundo. Carlos Hualpa, el que quemó a Eyvi, no es un Incel en términos técnicos, ni siquiera sabía del asunto, pero actuó como uno de ellos: la hizo a la Yihad sin más herramientas que combustible y fuego. Un psicólogo lo hubiera persuadido para retirar sus naves a tiempo, olvidar a Eyvi (lo más saludable) y buscar una opción romántica en otro lugar. Quien se lo propone encuentra alternativas sin más rigor que la propia autenticidad.

La violencia tiene diferentes raíces (ya vimos algunas), lo que induce también a asumir que la violación no es satisfacción sexual, sino en sustancia agresión deliberada, la más extrema y criminal manifestación del odio a la mujer y degradación de la propia virilidad. Pero la violencia es ubicua y tiene miles de formas y temáticas (aunque no siempre tan graves como la agresión sexual).

Me pregunto qué pulsión lleva a unos a insultar y cholear por quítame estas pulgas, al taxista que empuña su llave de ruedas para amenazar al chofer que se le cruzó sin querer o al clásico hater de Facebook a darle a la bronca gratuita. He visto a dos hombres liarse a trompadas por diez céntimos. La entraña psicológica del odio explica mucho de lo que la gente hace y los abogados solo terminamos por resolver en los tribunales. Pocos son incólumes, pocos son imperturbables frente a un insulto en la red social. No soportamos la frustración. La autoestima la llevamos al ras. Reaccionamos mal a cualquier interferencia.

Insisto, “necesitamos más psicólogos que abogados”. Con más de los primeros, los segundos nos haríamos, en cierta manera, prescindibles.

 

Raúl Mendoza Cánepa
30 de abril del 2018

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