Marco Sipán

Navidad achorada. ¡Que se vayan todos!

Navidad achorada. ¡Que se vayan todos!
Marco Sipán
04 de enero del 2017

El caso Odebrecht hace temblar a presidentes y ministros de los últimos quince años

A Keiko Fujimori, que con la censura a Saavedra demostraba que las elecciones no se habían acabado con la segunda vuelta, y que con la venia del Cardenal arrinconaba a PPK, demostrando públicamente que acababa de capturar el poder político, se le ha aparecido la virgen una vez más.

El fujimorismo, al no estar dentro del Ejecutivo en los últimos años, al parecer, no estaría implicado en los actos de corrupción que han envuelto los negocios de Odebrecht y al Estado peruano desde el 2005 hasta el 2014, durante los gobiernos de Toledo, García y Humala. Todos los gobiernos electos del régimen democrático neoliberal. Y con las declaraciones de Marcelo Odebrecht comienzan a temblar presidentes y ministros de los últimos quince años por lo que la justicia de Estados Unidos llama el "mayor caso de sobornos extranjeros en la historia".

Más allá de los que estén implicados (y que deben purgar condena), las sumas de los sobornos y el silencio cómplice de periodistas, consultoras, estudios de abogados y políticos de los diversos grupos de derecha, lo sucedido es un hecho político. Y sobre los hechos políticos, las ciencias sociales y la ciencia política nos explican que existen interpretaciones convenientes según cada agrupación política y para alcanzar sus intereses, sean estos en favor de la mayoría de los ciudadanos o solo de un grupo.

El fujimorismo tiene el poder en el Legislativo y ha demostrado, además, su hegemonía en algunos sectores populares. Por eso ahora puede pulverizar a cualquier rival de derecha que se le ponga al frente, pues han quedado descalificados con tamaña corruptela. Incluso el actual presidente y gente muy cercana a él tendrían cosas que aclarar. Y más allá de que estén implicados o no, la sensación antipolítica y antiestado comienza a efervescer entre la ciudadanía. Sin embargo, han pasado ya varios días de la mediatización del tema y nadie ha salido a comentar sobre el tema ¿Por qué?

Antes de responder habría que ver la conducta de las derechas en América Latina últimamente, y cómo han respondido y generado crisis políticas teniendo mayorías parlamentaria. Sin querer caer en la justeza o no de las denuncias a Zelaya, Lugo, Dilma, las mayorías parlamentarias neoliberales han usado los “golpes institucionales” o “blandos” en la región para traerse abajo gobiernos de izquierda. En esas situaciones las polarizaciones estaban definidas en bandos de izquierda versus bandos de derecha. Pero en tales casos son las izquierdas las que ostentaban el poder, y las derechas han demostrado que el uso de la violencia le es “legítimo” cuando son los ricos los que se movilizan (intentos de golpes a Hugo, Evo y Correa).

En el caso peruano, siendo los dos bandos neoliberales, en un entendimiento simplista se podría decir que una vez sentados junto a empresarios, la embajada de EE.UU. o la iglesia podrían arreglarse y actuar coordinadamente para seguir ejerciendo el poder. Sin embargo, lo demostrado por el fujimorismo es que cuando un grupo de derecha tiene la mayoría parlamentaria y otro grupo de derecha tiene el Ejecutivo, y entre ambos comienza a haber conflictos fuertes, la agrupación que hegemoniza en el parlamento, presiona desde ahí, censura ministros incómodos y plantea la agenda política. Podemos decir que hasta ahí van los límites democráticos dentro del neoliberalismo, fuerzas que compiten sin poner en juego el establishment.

Pero otra vez, apelando a la especifidad peruana, existen en los bandos que se enfrentan componentes culturales y tradiciones políticas que diferencian a una derecha populista y otra más tecnocrática (A. Zapata 2016). Incluso los actores mismos son de perfiles sociales diferenciados a simple vista: Leyla Chihuán, Joaquín Ramírez o Luz Salgado no son parecidos “sociológicamente” a Thorne, Zavala o Gino Costa, que son el reflejo de los electores que respaldan a ambas tendencias. Por lo tanto este aspecto debe ser siempre considerado en cualquier análisis. Pero ¿es esto lo que dificulta que Keiko Fujimori comience una arremetida contra el resto de políticos neoliberales? No.

Hábilmente Keiko justificó la derrota electoral diciendo que han sido los poderes económicos, políticos y mediáticos los que impidieron su triunfo. Y siguiendo esa línea, Keiko pos elecciones, ha asumido una posición más dura. Su estrategia ha sido hasta hace pocos días la confrontación, y todo el fujimorismo ha asumido esa posición. Como prueba están las expresiones de los congresistas “mototaxis” durante la censura a Saavedra. Sin embargo, ahora con el caso de Odebrecht en vez de aprovechar la oportunidad, se queda callada. Y es que una posición radical del fujimorismo podría poner en jaque no solo la democracia, que poco les debe importar si revisamos la historia de los noventa, sino que también puede abrir una puerta para que se cuestione todo el modelo neoliberal.

Durante años la izquierda ha denunciado el carácter corrupto del neoliberalismo. Sin embargo, no ha sido capaz de pasar esa crítica de la academia a los sectores populares. El fujimorismo, contra el cual se levantó esta superestructura política, ha vuelto a convertirse, al cabo de quince años, en la primera fuerza política nacional. No solo por haber perdido la presidencia por escaso margen en la segunda vuelta de junio pasado, ni porque ha conseguido la mayoría del Congreso de la República, sino porque ha terminado de convencer a la élites económicas, sobre todo aquellas que le negaron apoyo hasta el 2011, que por su programa, organización, asentamiento y respaldo popular puede ser la única fuerza política capaz de asegurar la defensa y profundización del modelo.

La “responsabilidad” del fujimorismo con el proyecto que implementó a inicios de los noventa, está modificando la estrategia que comenzaba a asumir, pues un “golpe blando” debería tener como discurso la lucha contra la corrupción. Con ello se dejaría abierta la posibilidad de que los proyectos radicales puedan alertar a la población de que el elemento principal para que el neoliberalismo pueda sobrevivir es la corrupción.

El neoliberalismo en su versión autoritaria y populista de los noventa solo pudo sostenerse con la corrupción generalizada en los actores de las instituciones estatales. El caso Odebrecht sería el indicador fehaciente para evidenciar que el neoliberalismo, supuestamente democrático, tiene como herramienta la corrupción para poder “funcionar”. Es decir, que tanto el fujimorismo y todos los demás neoliberales podrían ser identificados como corruptos. Los achorados y los pitucos serían lo mismo. Y cuando el pueblo se da cuenta de eso y es alentado para movilizarse —con organización, discurso y liderazgo— puede decir ¡que se vayan todos!

Por Marco Sipán
Marco Sipán
04 de enero del 2017

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