Darío Enríquez

Multiculturalismo lleva a Europa al borde del colapso

Multiculturalismo lleva a Europa al borde del colapso
Darío Enríquez
23 de agosto del 2017

No se tienen en cuenta asimilación y coexistencia pacífica

 

El imparable fenómeno de globalización, más allá de tendencias hegemónicas y etnocéntricas, va produciendo espontáneamente elementos culturales que responden a una entremezcla imprevisible de las diversas manifestaciones que cohabitan un espacio dado. Todos quienes participan en este proceso lo hacen bajo intercambios socioculturales voluntarios y en coexistencia pacífica. La trampa del multiculturalismo consiste en imponer y ejecutar desde el Estado, vía las malhadadas políticas públicas, intervenciones coactivas y totalizantes en aquel proceso espontáneo. Lo mismo que ha fracasado en el manejo de la economía, aquellos que ideológicamente fracasaron llevando sus sociedades a la ruina material, ahora con su intervencionismo mesiánico en la cultura están llevan a la ruina a aquellos países donde toman el control y disponen a favor de sus objetivos ideológicos la violencia coactiva del Estado. Sucede con especial virulencia en la vieja Europa.

En cualquiera de los diversos espacios de encuentro intercultural, pluricultural y multicultural que podemos identificar en las sociedades del siglo XXI en el planeta, hay diversos grados de asimilación de aquellos que “vienen de lejos”, quienes llevan o traen consigo las luces y las sombras de sus culturas. En el proceso descrito participarán unos y otros en la producción y reproducción de eventuales nuevas formas, consensuadas voluntaria y pacíficamente. Estas nuevas formas —en dinámica de conflicto y tensiones— deberán interactuar con las que ya se encuentran establecidas. Tanto si no se da el proceso de síntesis o de “entremezcla” cultural, como si este proceso es parcial, siempre debe prevalecer el principio de coexistencia pacífica.

Si bien la gran diversidad de culturas e individuos que concurren en las grandes megalópolis del mundo muestran diversos niveles de éxito o fracaso en su interacción y participación en el fenómeno espontáneo multicultural, es notoria la tendencia a una falta de sintonía del mundo musulmán en este proceso. La acusación de una supuesta “islamofobia” por parte de quienes llamamos la atención sobre este fenómeno no elimina este dato flagrante de la realidad. Giovanni Sartori y Oriana Falacci, para mencionar solo a dos grandes comunicadores de nuestro tiempo, nos lo han mostrado con contundencia una y otra vez. El Islam no es compatible con Occidente. El terrorismo es una marca (casi) exclusiva y método por excelencia del extremismo islámico, que golpea sin misericordia a la vieja Europa. Hay millones de musulmanes sin duda pacíficos, pero ese pacifismo resulta poco relevante frente al control vertical y tiránico que ejerce el extremismo islámico en ellos.

La avanzada cultural de las izquierdas mundiales, desde las variantes que eligieron para reciclarse luego de la caída del Muro de Berlín, optó por el multiculturalismo como una de sus causas preferidas. Quebraron los procesos interculturales espontáneos, sustituyéndolos por otros a la medida de sus pretensiones ideológicas. Criminalizaron y patologizaron las opiniones en contra. Las grandes virtudes que florecieron en el multiculturalismo de la modernidad se trocaron en graves vicios de la posmodernidad. El inmigrante trabajador, dedicado y con la fuerza de su proyecto vital, está en vías de extinción. Se favorece al inmigrante parásito, despreocupado y pleno de falsos derechos sociales, económicos y culturales. En la visión moderna izquierdista, el trabajo era un valor fundamental. Para la izquierda posmoderna son esos falsos derechos los que predominan. El discurso de izquierda proponía antes el debate, la confrontación de ideas y la eliminación de los tabúes. Hoy la izquierda posmoderna se desenvuelve en los círculos autocomplacientes del pensamiento único y del tabú como prenda dialéctica.

La vieja Europa agoniza. No tiene capacidad de reacción. Se culpa de no entender ni asimilar la compleja naturaleza de los procesos sociales y culturales. Es víctima de la negación de la realidad que hoy caracteriza a sus élites intelectuales, a su clase política (más parásita y corrupta que nunca) y a una parte importante de su población. Pero felizmente las grandes mayorías van despertando, porque los hechos no pueden seguir siendo manipulados, dogmatizados ni ocultados en forma indefinida.

En su famoso discurso “A Time for choosing” del 27 de octubre de 1964, Ronald Reagan dijo, en referencia a la lucha contra el comunismo en la Guerra Fría: “Tenemos enfrente al peor enemigo que la humanidad ha conocido en su largo camino desde los pantanos hasta las estrellas… si perdemos esta guerra, y por lo tanto perdemos nuestra libertad, la historia recogerá con el más grande asombro que aquellos que tuvieron más que perder hicieron menos para prevenir que ocurriera”. Eran los tiempos en que la construcción del Muro de Berlín simbolizaba en definitiva el fracaso del comunismo, pero también la noticia de que darían dura batalla en su afán de someter al mundo a sus designios siniestros.

Sin embargo, un cuarto de siglo después, la caída de ese ominoso muro se convirtió en el hito que marcó la victoria del mundo libre sobre el comunismo. En el lapso de cincuenta años, se luchó y se venció a los dos grandes totalitarismos del siglo XX, el nacionalsocialismo y el comunismo. Hoy la amenaza es otra. Nuestra lucha sigue siendo por la libertad. Esta vez el enemigo es el neomarxismo cultural, infiltrado en nuestras élites intelectuales y en nuestra clase política. Su falso multiculturalismo, complaciente con fenómenos como el extremismo islámico, es criminal y lo asume funcional a sus propósitos. Una simbiosis fascista que hace recordar el nefasto pacto Hitler-Stalin, pero mucho menos sostenible que este.


Darío Enríquez

 
Darío Enríquez
23 de agosto del 2017

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