Octavio Vinces

Morboso, televisivo, baratamente freudiano

Morboso, televisivo, baratamente freudiano
Octavio Vinces
14 de mayo del 2015

Todo el que puede negocia la exclusiva de su boda, parto, o su secuestro.

¿Necesitamos acaso saber de la vida y milagros de los que no nos conocen ni tendrían por qué pedir nuestra opinión ni consejo? Vivimos en una sociedad con ansias de rebuscar aquello que no le concierne y le es ajeno. Los murmuradores hacen su agosto en esta época de tabloides, reality shows y estados de celebridad tan intensos como momentáneos. Los paparazzi juegan el rol de modeladores de la opinión pública. En las pantallas de los televisores somos testigos de las declaraciones de amor más extravagantes e indecorosas, de reconciliaciones impensadas, de reencuentros cargados de una emotividad que deviene en impúdica al dejar de ser privada. Podría decirse que casi todo el que puede se anima a negociar la exclusiva de su matrimonio, de su parto, de su cirugía plástica o su secuestro. Y que el que no, no dejará pasar la oportunidad de engrosar las estadísticas de los lectores y la teleaudiencia.

Libre y estimulado, el morbo se desata. Hace algún tiempo una mujer rusa fue asesinada en España por su compañero sentimental, unos cuantos días después de haber rechazado sus pretensiones de reconciliación en un set de televisión en vivo y directo. El hombre se había propuesto hacer de la teleaudiencia testigo de su amor y su compromiso de cambio, y terminó creando un espacio para que su pareja diera fe de su imbecilidad y patanería. No fue una buena idea. Su personalidad débil y machista tuvo que sentirse profundamente (léase, televisivamente) deshonrada, y el tipo buscó reivindicarse de la forma más cobarde y alevosa.

Como contrapartida a la sobreoferta informativa existe entonces el riesgo de quedar en evidencia. Pero también el de descubrir aquello que se hubiera preferido ignorar. ¿Cómo pretender estar a salvo cuando los deslices de la vida se han convertido en pasto de una crítica difusa y las infidelidades y los romances son filmados o fotografiados para de inmediato ser transmitidos por toda la variedad de medios disponibles?

Qui auget scientiam, auget et dolorem, «quien aumenta el conocimiento aumenta también el dolor», afirma el Eclesiastés, uno de los primeros libros de la Biblia escrito en el siglo II a.C. Si nos atenemos a esto, siempre será preferible ignorar la realidad para evitar el sufrimiento. Pero nuestro tiempo, mediático y televisivo, parece decantarse por una tradición más griega que bíblica: Ta pathemata mathemata, o «los padecimientos, los sufrimientos, son enseñanza». Esta frase de Herodoto sintetiza el modelo que aparece en varias tragedias —en la Electra de Sófocles, de un modo paradigmático— y bien pudo haber estado presente en el pensamiento de Freud, pues el psicoanálisis enseña precisamente a escrutar penosamente en la interioridad a fin de evadirse del pozo negro de la enfermedad.

Pero no todo el mundo está preparado ni dispuesto al esfuerzo físico e intelectual que requiere una terapia de introspección. Ser capaz de dialogar con los propios fantasmas, de descender a los infiernos para descubrir la verdad que finalmente libera, implica una madurez y una inteligencia que se escapan del promedio. Seguramente el marido de la mujer rusa ignoraba todo esto cuando se prestó al juego peligroso e insaciable del showbiz. Tal vez los productores del programa no repararon en ese detalle, o no pudieron hacerlo porque el rating siempre manda y además responde a las exigencias de un público cuya curiosidad y ansias de cotilleo no conocen límite.

Es este, pues, el tiempo que nos ha tocado en suerte vivir: morboso y televisivo. Y también baratamente freudiano.

Por Octavio Vinces
14 - May - 2015  

Octavio Vinces
14 de mayo del 2015

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